Luz buena en las calles y luz barata en los hogares

¿Herederos de los intelectuales?
Byron Carrión

¿Cómo podemos alumbrarnos con la justicia? Si esta ha sido transformada en un negocio, entonces la vida misma se convierte en una especie de juego de vida o muerte. Somos nosotros, con nuestras decisiones, quienes modelamos el sistema que guía nuestro destino. Nuestro bienestar y nuestra desgracia no dependen únicamente de la voluntad, sino también de la estrategia que adoptamos como sujetos políticos. Al final, somos nosotros quienes, de una u otra manera, determinamos el rumbo de la sociedad.

Recientemente, mientras reflexionaba sobre el voto, tuve una conversación con mi padre. Él me hablaba de los liberales, aquellos influenciados por la doctrina de Eloy Alfaro, y de los conservadores, que aún mantienen su fe en el estado y el clero. Cada grupo, a su manera, jugaba su carta. Algunos electores llenaban las ánforas para favorecer a ciertos candidatos a cambio de tierras, comiendo solo una vez al día, o durmiendo en la cama mientras duraba el ayuno. Otros recibían de cada partido político una tarjeta de identificación, firmada por las autoridades, que les eximía de pagar impuestos y les permitía contrabandear en las aduanas.

Estos son solo algunos de los negocios que las autoridades otorgaban a cambio de pactar con los candidatos entrantes, pero, sobre todo, con los electores. De este modo, se controlaba y manipulaba a los simpatizantes y futuros votantes. Pero, ¿debemos abandonar nuestra ética, nuestra transparencia, para sumergirnos en la lucha partidista? Este panorama, tan bien narrado por Ángel F. Rojas, nos invita a la reflexión. Su llamado, como un eco de tiempos pasados, nos interroga: ¿todavía podemos mantenernos apolíticos?.

Hoy, seguimos atrapados entre esas dos tendencias, a pesar de la multiplicidad de opciones que se nos presentan. Por un lado, están los que tienen que comer, por conseguir lo que comerán, preocupados por aquellos que no tienen. De otro, los que se preocupan del pan que comerán los demás, aun cuando su actitud les reste su propio bocado.

Pero, en medio de todo esto, se encuentra un instinto de poder que parece estar profundamente arraigado en muchos “ciudadanos”, como un virus. Este instinto, siempre renovado, juega con las personas, tiene a la sociedad en su poder, ofreciendo lo que nunca cumplirá, comprando su buena fe y posicionándose en ambos bandos o, en algunos casos, en ninguno.

¿En qué momento lograremos enriquecer la justicia? ¿Será acaso con las mismas manos que la corrompen?