Eduardo Puertas G.
En el presente año, las instituciones educativas públicas y privadas apuntan a la implementación de estrategias que permitan adaptarse a la nueva normalidad y sobre todo a resurgir en un medio neosocial. Si bien es cierto, los nuevos cambios como los recursos tecnológicos, han sugerido nuevas formas hacia una mejor competencia e ingreso a los mercados actuales, sin embargo, el verdadero desafío está en la implementación del recurso más básico para el desarrollo de los pueblos, ese recurso es la educación. A partir de la evaluación del sistema educativo se podrá avizorar el panorama sobre la evolución y desarrollo de los pueblos, hoy en día la educación a nivel mundial sufrió un gran impacto, ya que se ha podido determinar que los niveles educativos se encuentran por debajo del nivel estimado para cada edad y nivel educativo en general. En el presente ciclo educativo, las instituciones educativas están desarrollando nuevas estrategias para tratar de minimizar el impacto generado por la pandemia, el cual se proyecta en ejecutar un cronograma que incluya el refuerzo de contenidos anteriores y poderlos incorporar al sistema actual y poder llegar a obtener el nivel deseado. Sin duda, los conocimientos que se han valorado en el sistema educativo son en cierta forma recuperables, sin embargo, poco se habla de la realidad social, emocional y afectiva que nos ha afectado a todos quienes pertenecemos al entorno educacional, estudiantes, docentes, autoridades, padres de familia, transportistas, etc. Sin duda, es preciso evaluar, identificar e intervenir en la salud mental de todos quienes pertenecemos al contexto educativo, ya que es innegable la afectación social y la forma cómo estamos afectando una pandemia que aún no concluye y que nos generó un antes y un después. La salud mental en el contexto educativo es un eje de valiosa importancia, ya que depende de estos elementos afectivos, la posibilidad de que el aprendizaje sea verdaderamente significativo y trascendental para la sociedad.