La ética del género humano

Positividad tóxica
Personaje lojano

Álvaro Peña Flores

Cuando se es niño se tiene mil dudas y preguntas acerca del mundo, de la vida, de las personas y de la sociedad en que se vive. Por lo general, los padres son los primeros maestros, la escuela ayuda a formar en las ciencias y en las artes a los niños y estudiantes, direccionar sus vocaciones y muchas veces, corroborar y despejar las dudas.

Morín, en este, el séptimo y último saber para la educación del futuro: la ética del género, plantea que la educación debe enfocarse en la reflexión sobre el valor y la idoneidad de lo que se enseña y sobre cómo se enseña y por extensión cómo se concibe la educación. Muchos somos testigos que la educación se ha vuelto competencia entre alumnos o estudiantes, es una lucha por conseguir el primer puesto a como dé lugar, si no se lo consigue por la vía legal, estudiando y sacando buenas notas, se lo obtiene por el lado ilegal y antiético, con la corrupción. Procesos todos, conocidos y avalados por padres y maestros.

La enseñanza de una ética para el género humano es una exigencia de nuestro tiempo. Tan sólo basta mirar la coyuntura política y social en que vivimos: la delincuencia en la calle, el incremento de la violencia en las cárceles, el número de familias disfuncionales, el sinfín de políticos mediocres, las autoridades incompetentes; los que alguna vez fueron estudiantes, ahora están imbuidos por el mismo mal: corrupción y mediocracia, ¿Qué pasó?

El problema radica en que aun vemos a la humanidad como algo abstracto, que solo existe en los tratados y las utopías humanas, cuando es realidad en algo concreto y cercano y exige la aplicación de consensos, la aceptación de reglas democráticas y la adaptación de formas empáticas de pensar y creer, pero desde una visión crítica, positiva, creativa y humana.

[email protected]