El “Castillo de Grayskull” caerá, pero…

Es tiempo de ver atrás
Es tiempo de ver atrás

Pablo D. Punín Tandazo

Quieren destruir un símbolo de opresión, pero siguen edificando una sociedad llena de prejuicios, en donde las mujeres ni siquiera son consideradas para decidir sobre lo que afecta a sus propias vidas. En donde importa más el prestigio institucional que el dolor de una madre y un hijo.

De nada servirá demoler un edificio si no se dan cuenta de que los cimientos que sostienen al machismo y la violencia están en lo más profundo de nuestra sociedad. No ocurrirá nada más allá de lo simbólico si se mantiene una línea de pensamiento y acción que no es compatible con la protección de los derechos de las mujeres.

Al parecer, 8 hombres en una foto se consideran más capaces para enfrentar estos problemas que las propias mujeres, cuando muy seguramente estos 8 personajes nunca han tenido que vivir ni la cuarta parte de lo que vive una sola mujer en el Ecuador. Quizás el problema sea ese, que las cabezas que declaran la lucha contra la violencia de género desde el Estado sean 8 hombres, mientras las mujeres que han luchado durante años siguen en las calles llorando por vidas que no dejan de ser arrebatadas.

Aunque gran parte de sus problemas se deben a nosotros, queremos ser nosotros mismos los encargados de decirles cómo deben resolverlos, minimizándolas y tildándolas de exageradas en la gran mayoría de las ocasiones. ¿Ahora ven por qué no es ninguna exageración? Las paredes se rayan para expresar mucho de lo que no pudieron decir quienes fueron calladas por la violencia estructural en la que vivimos. Es la única forma de llamar la atención de un Estado al que poco le importan esas vidas, o al menos eso demuestra, no por nada se señala que en el país una mujer es asesinada casi cada 30 horas.

María Belén no fue víctima solamente de un policía en colaboración con miembros de una institución que debe protegernos. Ella es una víctima más del machismo, la misoginia y el patriarcado, todos ellos tan normalizados en nuestra realidad.

Sin un cambio transversal en educación, sin programas de formación universales y permanentes en género y derechos humanos, sin políticas de prevención eficaces, sin personal capacitado, sin la voluntad política de ejecutar verdaderos cambios y sin la capacidad de renunciar al ego para ceder el piso a quienes en verdad pueden contribuir, el problema difícilmente llegará a su fin. Es hora de ver más allá de lo simbólico.

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