Álvaro Peña Flores
“No olvides que la realidad es cambiante, no olvides que lo nuevo puede surgir y, de todos modos, va a surgir”. Con esta premisa Edgar Morín, filósofo francés, pone en contexto una de sus obras maestras del pensamiento complejo: “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”, en la que aborda desde su perspectiva y experiencia los saberes que todo ser humano debe conocer, en su proceso educacional como en su desarrollo holístico.
El 24 de enero de cada año se conmemora el Día Internacional de la Educación, cuyo propósito es contribuir al desarrollo de los pueblos y a la paz mundial. Este año, por segundo año consecutivo, atípico por la pandemia, la directora general de la Naciones Unidas ha enfatizado que debemos repensar la educación reparando injusticias del pasado orientando las transformaciones y las nuevas realidades cambiantes originadas por la tecnología y los cambios sociales.
La educación presenta grandes barreras para avanzar, en nuestro país, como es sabido, la asignación presupuestaria del 6% del PIB solo ha quedado en papeles y en la buena intención de los gobiernos de turno para mejorarla. Con la reforma a la LOEI que está en proceso, se busca mejorar el desarrollo de capacidades y competencias de sus actores, la revalorización de los docentes y la protección integral de sus derechos, entre muchos otros objetivos, que se espera tengan buen fin, una vez que la Asamblea así lo decida.
A más de los programas que cada país tiene para implementar una educación de calidad, Morín plantea siete saberes que pueden estar abordados en los planes o currículos académicos, pero es necesario estudiarlos no como asignatura, sino como problemas centrales del ser humano desde su cosmovisión. Estos son: las cegueras del conocimiento, el conocimiento pertinente, la condición humana, la identidad terrenal, las incertidumbres, la comprensión y la ética del género humano. En las próximas ediciones abordaré cada uno.