Lo grotesco

Rocío Silva

Los shows de farándula se inscriben dentro de una construcción del discurso amarillista, no hay mucho que entender de ellos, basta situarlos en el plano reactivo y coercitivo hacia las audiencias y sus implicaciones; para lo cual, se requiere hacer un análisis de tal discurso desde la semiótica y la antropología cultural. Vale la pena señalar que, a pesar de tratarse de un análisis que vio la luz a inicios de la década de los años noventa del siglo pasado, cobra vigencia en las formas comunicacionales de noticieros y programas de opinión de radio y redes sociales.

Un discurso amarillista, exige que cada uno de sus segmentos, se confirme en una plena legibilidad, con un umbral máximo de complejidad semántica, que parte de un mínimo común denominador de competencia decodificadora definida, por el espectador medio del que se especula, además, para cada momento de emisión, un grado mínimo de atención y que se ve por ello condenado a la obviedad, a la banalidad, a la redundancia, a reaccionar ante lo grotesco y al lenguaje burdo.

El discurso grotesco nunca se complica, no pierde su tiempo exponiendo grandes ideas de manera elaborada ni argumentativa, se conforma con traer a colación temas controversiales   de una manera abrupta y lo más invasiva posible, entonces no importa para nada, recurrir a la palabrota, a las alusiones sexuales, al tono estridente; total el único ganador de todo esto, será el personaje afamado, verbigracia, Carlos Vera quien en la entrevista a Dr. Virgilio Saquicela, sobre la Ley Mordaza, profirió un expresión de grueso calibre, Vera echa mano de cuanto esté a su alcance, para mantenerse en su papel de brabucón de barrio, así que un  discurso  carente  de  consecuencia formal, tiende a la  fragmentación comunicativa.

La procacidad no se corresponde a una trama improvisada, quien la protagoniza conoce cómo sucederá el desenlace porque, sencillamente, no existe en sí, la menor intención de clausurar el discurso, la finalidad es dejar la impronta de la imagen de impacto emocional, que a la larga no contribuye al análisis, sino que abona la fragmentación social.