¿Cómo se distingue un líder? ¿Nace o se forma? ¿Son capaces los pueblos de reconocerlos? ¿Se miden por la cantidad de seguidores o la calidad de sus ideas? ¿Se extinguieron? ¿Resucitarán?
Decía Baruch Spinoza que “aquellos que están gobernados por la razón, no desean para sí lo que tampoco desean para el resto de la humanidad”. Lo que lleva a pensar que un líder debe ser alguien razonable. Alguien capaz de defender sus ideas y sobretodo de no tomar decisiones guiado por el rencor o la venganza. Según Spinoza la razón desconoce egoísmos, rechaza la revancha y aspira al mítico bien general. Lo que no siempre implica el aplauso de la mayoría, o la comodidad del insulto. Requiere argumentos, sentido de la trascendencia, y vocación por el consenso. Requiere certeza en los fines, decisión en los medios y amplitud de miras. Y para eso hace falta independencia, las marionetas son incompatibles con el liderazgo.
Lastimosamente el grado de razón no lo dan las universidades. Contraria a la titulitis que padece el Ecuador donde un grado académico da ínfulas y derecho al trapeo, lo cierto es que la razón se ejercita dentro de cada uno y no en las aulas. La razón no se gana, se demuestra. La razón no se impone, se conquista, se enseña, se pone siempre a prueba. No es fácil encontrar o reconocer gente con ese talante, porque prefieren no participar en un escenario roído por la indecencia y el egoísmo. Pero existen, y deben salir y resucitar porque se olvidan que el escenario es nuestro, es de todos. Está en nuestras manos que lo siga siendo, y no recaiga en quienes camuflan sus odios detrás de la demagogia, quienes creen que el voto es un cheque en blanco y el poder un destino indefinido. Todas esas riñas y mañas, y quienes las defienden no son líderes sino nuestros enemigos porque minan nuestra democracia y socavan el liderazgo sano.