Byron Carrión
En nuestra sociedad, el sistema de seguridad y las fuerzas del orden han sido responsables de múltiples atropellos a lo largo de los años. Desde la Masacre de Aztra hasta los trágicos hechos de los cuatro niños de las Malvinas, la historia reciente está marcada por las víctimas de un sistema político y social que no ha logrado brindar la protección que su población requiere. A medida que el tiempo avanza, los muertos no solo siguen siendo cifras, sino que se convierten en símbolos de un sistema corrupto y fallido. Hoy, bajo el actual régimen, estos atropellos continúan siendo una constante, ecos persistentes de un sistema político deplorable que sigue afectando a nuestra nación.
Es relevante señalar que no intento instrumentalizar la memoria de estas víctimas, porque, en realidad, hemos perdido la cuenta de los que aún faltan o siguen desaparecidos. Los casos que han quedado en la impunidad siguen siendo una herida abierta en nuestra sociedad. En medio de este dolor, la memoria se mantiene viva, pero también la necesidad de una transformación real, tanto en la forma de elegir como en la manera de hacer política en nuestras comunidades.
Es decisivo comprender que la seguridad de nuestro país depende de las decisiones que tomemos en las urnas, y lo que es aún más alarmante es la falta de debate real entre los candidatos. Los discursos de los postulantes son una repetición vacía, mediocre y burda, y todos parecen seguir el mismo patrón de acusaciones sin ofrecer propuestas concretas para resolver los problemas que realmente nos afectan. El hecho de que muchos ciudadanos se sientan obligados a elegir al «menos peor» refleja la desconfianza y la decepción con la clase política. No estamos eligiendo líderes, sino perpetuando las mismas prácticas políticas que nos han oprimido durante décadas.
Lo más inquietante es que, en la actualidad, cualquiera puede aspirar a ser candidato, pero lo que verdaderamente buscan es llegar al poder a cualquier costo, sin importarles perder su ética ni su dignidad. Muchos de ellos se muestran dispuestos a hacer campaña a cambio de favores, como ofrecer empleos ficticios o inaugurar sedes para colocar a sus seguidores en puestos de trabajo. La realidad es que, tras la elección, muchos de estos mismos candidatos desaparecerán, dejando a sus electores nuevamente a merced de un sistema burocrático y lento, sin cumplir las promesas que hicieron durante la campaña.
Las ideologías políticas, tan fundamentales en el pasado, se han desvanecido. Hoy, da igual cambiar de partido o de camiseta; lo único que importa es vender un discurso que nunca será cumplido, y mucho menos en un sistema que ya ha mostrado su incapacidad para transformar realmente la vida de las personas. Este país no necesita héroes ni salvadores, tampoco planes diseñados por la inteligencia artificial. Lo que necesitamos es un cambio real desde la base, desde cada uno de nosotros, haciendo cada día algo por nuestra comunidad, elegir a conciencia.
La verdadera política radica en regenerar la cultura, en dejar de ser espías de intereses egoístas y comenzar a pensar en el bienestar colectivo. Sin embargo, lo que la mayoría parece buscar es más poder, más recursos y más influencia para mantener sus propios intereses. La política ya no se trata de mejorar la vida de las personas, sino de seguir aferrados a un sistema corrupto que no favorece a nadie, excepto a aquellos que ya están dentro de sus estructuras.
Es desgarrante ver cómo se manipula a la gente para perpetuar el mismo ciclo de inacción. Tanto la vieja como la nueva política parecen no tener solución. Pero, a pesar de este panorama desolador, aún podemos cambiar las cosas. Desde nuestra posición, desde nuestra realidad, podemos ser verdaderos líderes en nuestras comunidades. Lo que importa no es un cargo ni una promesa vacía, sino la capacidad de generar un cambio real desde lo más pequeño hasta lo más grande, en la vida cotidiana de cada uno de nosotros.
El sistema político y la clase dirigente siguen siglos de impunidad, donde las promesas vacías y la falta de propuestas concretas se han convertido en la norma. Sin embargo, la verdadera política es la que proviene de la gente, de la cultura, y no de los discursos reciclados de aquellos que solo buscan llegar al poder para continuar con las mismas prácticas de siempre.
Elegir con conciencia significa comprender que nuestra decisión no solo impacta el futuro de un país, sino que define el rumbo de nuestra sociedad y la calidad de vida de todos. Cada voto debe ser un acto de reflexión, basado en principios no solo los de nuestro metro cuadrado y sobre todo con valores que prioricen el bienestar común por encima de intereses personales o partidistas. Solo así podremos construir una política que no sea solo un medio para el poder, sino una forma de estar en desacuerdo con esta paupérrima política, y generar acciones para el cambio real, la justicia social y la regeneración de la cultura, la verdadera política.