La máquina de la felicidad

Giuseppe Cabrera

Escribo este artículo desde las reflexiones de Errejón, Bauman y Laval y Dardot.

Vivimos en una era en que las redes sociales han expuesto nuestra vida. La han masificado y hasta espectacularizado.

Tienen sus buenos usos y pueden seguir siendo herramientas para cada acción, pero este artículo no va de eso; sino, de cómo la permanente exposición a la que sometemos nuestra vida, nos hace querer tener experiencias fantásticas todo el tiempo: comer en lugares excéntricos o lujosos, viajes a pueblos ‘mágicos’, éxitos académicos o profesionales y la permanente idea de que todo siempre y todo el tiempo, es una cadena de sucesos espectaculares y la vida no es así.

La vida no es una historia de Instagram, no todo tiene y debe ser “posteable”. La vida, en realidad es también y especialmente el cúmulo de experiencias cotidianas: un café instantáneo en casa en reemplazo de la taza de Starbucks, una película que estaban pasando en la tele en vez del último estreno de Netflix. Una salida al parque a la vuelta de tu casa y, no el viaje de cinco horas para conocer la laguna de algún color especial.

Nos hemos validado, permanentemente a exponer nuestra fantástica vida y de ahí nace, tal vez la segunda premisa. Que es la idea de que siempre podemos lograr todo lo que nos propongamos, la de la victoria perpetua, el “pobre es pobre porque quiere” y el comerte el mundo, puede terminar siendo una realidad cruel, cuando chocamos contra las desigualdades estructurales que hacen, que no siempre se pueda y claro, ahí viene la frustración, porque si se puede todo, algo estarás haciendo mal tú o algo tendrás de malo.

La realidad es distinta. Si no nos damos las condiciones sociales que permitan salir a la gente de la pobreza, disminuir las desigualdades y equilibrar la balanza social, nada fantástico va a pasar. El 90% de quienes nacen ricos, morirán siendo ricos y el 90% de las personas que nacen en un hogar pobre, sin importar que hagan, se mantendrán así. Por eso, las soluciones individuales no valen para todo. Solo colectivamente seremos capaces de construir ese ascensor social que permita que más personas alcancen esos legítimos anhelos que rodean sus vidas.