La “magia” política

Gabriel Adrián Quiñónez Díaz
Gabriel Adrián Quiñónez Díaz

Hay pueblos que aún respiran en el ciclo de la magina y el fetichismo. Hay pueblos que se rehúsan a enfrentar, con sensatez y rigor, la verdad de los tiempos que corren. Hay quienes creen que la democracia es un sentimiento desbordado, ilusión difusa y aplauso. Hay los que niegan admitir que los discursos son solo vocerío que se lleva el viento, y que la verdad está en los actos y los hechos. Hay quienes piensan que la sociedad y la economía pueden amaestrarse con el látigo de la ideología y el fermento del prejuicio.

El populismo es la manifestación política perfecta del fetichismo. El populismo apuesta a la magia. Sus herramientas son la demagogia y la propaganda. El populismo apuesta a fabricar enemigos, ilusionar multitudes y a hacer del sentimiento primario la razón de los gobiernos. Distrae las mentiras con la realidad, y fabrica imaginarios donde la felicidad está a la vuelta de la esquina, sin más esfuerzo que el voto, sin más rigor que la asistencia a las marchas, sin más que inscribirse en el movimiento y esperar que llegue…un país del encuentro.

Las derechas latinoamericanas-algunas silenciosas hasta que pase la tormenta-han sido hábiles en manipular en la magia política, en transformar el populismo en doctrina, en suplantar el carisma de los caudillos con explicaciones seudo científicas, y en instrumentalizar ese instinto suicida que los pueblos sigan a los caudillos como los niños al flautista de Hamelín. Ese instinto, por ahora de la gestión de la derecha y de los caudillos se ha transformado en ideología, en fe redentora.

El problema es que la magina nunca ha resulto nada. El problema es que los fetichismos neoliberales son solo eso, y que ni el mundo ni la economía se acomodan a sus designios, y que al final, la aventura resulta costosa y trágica; que cuando el discurso del encuentro se agote y el mago se vaya, quedan ilusiones perdidas, frustración, quiebras presupuestarias, y, sobre todo, la evidencia de la corrupción que carcome las instituciones y arruina la legalidad y la esperanza.

El fetichismo político está liquidando la democracia y la magia incluso volviendo al pueblo irracional. La verdad cruda y dura es que ni la pobreza, ni la devaluación de las instituciones, ni la corrupción, se remedian con magia y fetichismo. Se remedian con grandes dosis de realismo que hagan de la democracia una pedagogía, que se atreva a decir que lo popular no siempre es bueno, que la economía no puede estar al servicio de los demagogos, y que los poderosos, como el pueblo mismo, tienen límites.

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Gabriel Adrián Quiñónez Díaz