La detención de la ética

Gabriel Adrián Quiñónez Díaz
Gabriel Adrián Quiñónez Díaz

El sociólogo alemán, Max Weber, provocó una distinción fundamental entre la “ética de la convicción” y la “ética de la responsabilidad”. Las ideas de Weber denotaron de claridad a la comprensión de los límites de las revoluciones y al origen de los fanáticos; platearon que la razón debería marcar incluso a las convicciones. Esta tesis se sustenta en el hecho de que el hombre no puede escapar de aquello que le caracteriza y distingue de los demás seres: la responsabilidad de sus actos.

La “ética de la convicción” es la que conduce a los revolucionarios y a los misioneros, e incluso a algunos políticos. La gran mayoría de ellos cree, con la fe del carbonero, que basta militar por una idea, sostener su hipotética justicia, incluso su presunta verdad, sus virtudes salvadoras, basta estar convencidos para creerse autorizados a actuar, a catequizar, a imponer a los demás, incluso por la naturaleza, su idea de felicidad. Los salvadores militan en esa fe. La ética de la convicción estuvo detrás de templos; condujo a la quema de libros y de personas, y los autos de fe. Y es el fundamento de totalitarismo y de los fanáticos de todos los colores.

En contraste, la otra ética, la que Weber llamó “la ética de la responsabilidad”, es aquella que pone frenos a las convicciones, límites a los fanatismos, dudas a los catecismos políticos y religiosos, en consideración a que nadie, por convencido que estuviese, puede rebasar los derechos y derrumbar las ideas ajenas. La tesis consiste en que, por ideal que fuese una utopía, eso no autoriza a sus militantes a descalabrar país, dividir sociedades, imponer por la fuerza ideas y arruinar la economía. Nadie puede dejar de lado la responsabilidad frente a sus actos. Este tema toca con otro, especialmente complejo en la teoría política: ¿tienen derechos absolutos los actores neoliberales, tienen límites regímenes?

Con el perdón de Weber, yo añadiría, la “ética de la tolerancia”, que es la sustancia moral de la democracia, la nota de la humanidad que la legitima y racionaliza, lo que le eleva a la altura de un sistema cuyo protagonismo es cada ciudadano, su voluntad y autonomía. El pleno reconocimiento responsable de los derechos de los demás, sin prejuicio de su vertiente política, es lo que distingue al régimen que inventaron las libertades del siglo XVIII. En eso consiste, precisamente, la delgada línea roja que nos separa del fanatismo.

La democracia debe ser tolerancia. Y ese el terreno en que prospera las libertades. Las éticas de Weber deben conjugarse en una que apunta y rescate tanto a los valores como a la responsabilidad y la tolerancia.

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Gabriel Adrián Quiñónez Díaz