La Cultura desde la izquierda: sesgo y miedo

Nicolás Merizalde

Son pocos los delitos que quedan por imputarle al Premio Cervantes Sergio Ramírez por parte de la Fiscalía nicaragüense en su agresiva depuración de opositores.

Quien fuera amigo del actual presidente, hoy se encuentra resignado a morir en el exilio por expresar públicamente sus discrepancias con un régimen al que cada vez le queda menos vergüenza en el rostro y más sangre en las manos.

Habría sido tremendamente escandaloso que dada la reputación intelectual del perseguido se hubieran tomado medidas más drásticas. Según el mito popular, en medio del caos generalizado y la represión desvergonzada solo quedaban tres intocables: Ernesto Cardenal, Gioconda Belli y Ramírez. Intocables por su prestigio internacional y su reconocida simpatía con la izquierda.

Sin embargo, el grueso del progresismo latinoamericano y los altos representantes de la cultura de izquierdas han preferido guardar silencio frente a esta nueva demostración de la perversidad de Ortega, el sandinista que ha degenerado en digno heredero de la saga Somoza en el poder.

No es una triste novedad que la intelectualidad de nuestro continente se encuentre atrapada en los velos de una izquierda atávica, romántica y obsoleta. Tampoco lo es que traicione su compromiso con la libertad de expresión y la honestidad ideológica por defender al caudillo de turno. Sucedió con el Caso Padilla, con la airada defensa que promulgó toda su vida García Márquez para su amigo Fidel Castro, con la complacencia de los cantautores argentinos al Kirchnerismo, con el silencio de muchos escritores mexicanos ante la inoperancia de López Obrador, con la actitud perdonavidas hacia Vargas Llosa y otros muchos casos en los que más allá de las ideas han brillado el sesgo y el miedo a desentonar.

Inverosímil pero cierto, en ocasiones los bien pensantes se privan del placer de pensar.