Hace cerca de un año el Gobierno empezó a tomarse en serio el virus, se cerraron las fronteras y se decretó los primeros estados de excepción que incluían toques de queda, que limitaban la circulación, asociación y tránsito a las 14h00.
Es un año ya, de los momentos más crudos de la pandemia, de los momentos incontrolables en los que Guayaquil se convirtió en foco de atención de Latinoamérica, donde veíamos las imágenes de desolación y muerte rondando las calles y esquinas de la perla del Pacífico.
Todo eso que nos pasó y que, sigue pasando para muchas familias en todo el país, que acompañan a sus seres queridos durante el contagio, trae consigo una fuerte carga emocional y sentimental, que está por explotar.
Frente a la pandemia que nos ha golpeado y la dura situación económica que la acompaña, aumentando la pobreza, el desempleo, el hambre y la informalidad, sin garantías, ni derechos, es evidente que la cuarta ola que nos golpeará, es la de la salud mental.
A noviembre de 2020, el Ecuador registraba 220 suicidios y 429 intentos durante la pandemia, por eso a mediados del año pasado la Comisión de Salud de la Asamblea, pidió que sea declarado como emergencia sanitaria.
A esto, debemos sumarle las que llamo enfermedades de época, que son las ligadas a esta forma de vivir la vida, que ha sido normativizada para todos, la de la competencia permanente, del sálvese quien pueda, el egoísmo y la falta de solidaridad, sociedades en permanente tensión y sin seguridades, ni certezas para el futuro; enfermedades y trastornos, como la depresión, la ansiedad y el estrés.
Los sectores de la salud pública donde más se ha recortado, son en la investigación y en la salud mental, el número de psicólogos y especialistas en los sistemas de salud pública del IESS y del Ministerio de Salud, se han reducido. Hay un déficit de profesionales pues, en el país hay 0.93 psicólogos por cada 10.000 habitantes.
Como se ve, no estamos preparados para la pandemia de la salud mental que se avecina y, ningún candidato le ha puesto atención al que puede terminar siendo, el nuevo problema de salud pública y social fuerte que tengamos que enfrentar.