Hace algunos años el Dr. Francisco Huerta ya alertó de la posibilidad más que cierta de que el Ecuador acabe por convertirse en un narcoestado. Eso quiere decir, en un país que deje de tener control sobre sí mismo para entregarse a las garras del crimen organizado. Un país donde nadie puede tener la confianza de saber que tiene a lado suyo a un ciudadano o a un secuaz de las mafias, donde los jóvenes no pueden hacer proyectos de futuro o intentar hacer algo diferente sin arriesgar el pellejo, donde sale más rentable ser mula que estudiar y es más difícil acceder a los servicios básicos que a los servicios del narco, y da lo mismo morir que matar. Hoy es una realidad.
El artículo de The Economist nos retrata como un territorio sumergido en sangre, donde los tentáculos del crimen se han infiltrado en todas las instituciones del Estado y con una muy limitada capacidad de respuesta. El texto de Alexander Clapp sirve más como una radiografía de nuestro presente que como una indagación sincera de las causas que nos han traído a él. No es necesario pedirle más, porque resulta evidente que el problema en que nos hemos metido no es el resultado de uno o dos gobiernos ineficientes, como un grupo de limitados nos quieren hacer creer. Es el complejo entramado de décadas de abandono, mediocridad y una acumulación azarosa de causas externas que nos han arrojado al desastre.
Con la campaña a la vuelta de la esquina, veremos quien tiene la suficiente honestidad y templanza para aceptar que el desafío es superior al propio Estado, y harán falta políticas extraordinarias para una situación extraordinaria. No con ideas nostálgicas de un líder trasnochado, ni con propuestas baratas, típicas del político irresponsable, sino con un plan real, que hable de soluciones estructurales y soluciones viables. Ya estamos grandecitos y sabemos que los héroes no existen. No buscamos intrépidos, sino estrategas.