Xavier Oquendo Troncoso
Carlos Manuel Arízaga acaba de fallecer. Nacido en Cañar, en 1938, fue un escritor muy reconocido en su generación (la de los sesenta). Su obra comenzó a divulgarse en 1962 y, de lo que recuerdo, su último libro apareció a finales del siglo pasado. Decidió dejar de publicar. Su consigna inclaudicable era únicamente escribir. Quiso alejarse del medio de la literatura, de la “fauna” de los poetas y se recluyó en silencio. En muy pocas ocasiones se lo volvió a encontrar en actividades culturales o lecturas públicas. La crítica literaria rezagó su trabajo poético. A decir del autor guayaquileño Luis Alberto Bravo, en su estudio ‘Sonidos del bosque en la memoria’ (Editorial Universitaria Abya-Yala, Quito, 2020): “Estas poéticas fueron silenciadas, descartadas, subestimadas por el canon imperante” [refiriéndose a la poesía lárica ecuatoriana].
Arízaga tuvo un humor extraordinario y un agudísimo sentido crítico. Pero, fundamentalmente, resultó ser un gran lector de poesía. Siempre me encontraba con muchos libros en su escritorio –cuando lo visitaba en su trabajo, hace más de 25 años, en las oficinas de la Corporación Financiera, en Quito– y muchas páginas estaban subrayadas, repletas de apuntes y notas que daban fe de que, por esos textos, había pasado un lector verdadero. Poseía una memoria absoluta y un exquisito gusto el arte.
Poeta con un elocuente y reflexivo lenguaje. Todos sus poemarios premiados y celebrados por sus contemporáneos gozaban de un riguroso proceso editorial y de una autocrítica severa. Algunos de sus títulos son notables: ‘Las ocupaciones salomónicas’ de 1966, ‘Valija del desterrado’ del 68, ‘La cabeza alborotada’ del 74 y uno, muy especial, ‘Maizalmente David’, del 87, trabajo dedicado a su hijo, el músico David Arízaga, integrante de la banda nacional ‘Verde 70’. En uno de los fragmentos, dice: “…discípulo en la vértebra de mi esguince, / alfabeto de la resurrección, Hijo,/ mirlo sobre el hombro de la Madre,/ agua de olivo en el ojo de dios”.
Debemos recuperar su voz poética con urgencia. Hay que volver a leerlo y darle su puesto en nuestra lírica, y además recoger su material inédito. Carlos Manuel vive en su literatura, así que vamos por ella.