Hace pocos días tuve el agrado de encontrar a un amigo que venía de despedir a su hijo que viajaba a Europa a continuar sus estudios en una de las más prestigiosas universidades de ese continente.
Si bien lo compartía con alegría y con orgullo, no dejé de percibir un dejo de nostalgia, pues habría querido tener a su hijo en estos días en casa, y temía además que no retornara, por las oportunidades que allí pudiere encontrar.
Este encuentro casual nos evidencia que cada vez son más los jóvenes ecuatorianos que cursan exitosamente sus estudios en el exterior o son reconocidos por su talento y su trabajo, y más allá de su circunstancia personal, me llevó a pensar en una inquietud que con bastante frecuencia nos asalta a quienes pertenecemos a la generación de los nacidos en la mitad del siglo XX, sobre lo que pasará más adelante, si “estos jóvenes se las pasan pendientes del celular, las redes sociales y otras cosas superficiales”, y aparentemente no les inquieta en lo más mínimo el futuro, lo cual es totalmente falso, pues cada vez son más y más los jóvenes que nos dan lecciones de su compromiso con la vida; lo que ocurre es que su perspectiva vital la expresan en un idioma que nos cuesta entender, porque fuimos formados de una manera distinta, nada más.
Por ello, aunque a veces el pesimismo nos invade, creo que en una fiesta tan especial como la Navidad, vale la pena decirles a ellos, a los que vienen detrás de nosotros, que comprendan nuestra inquietud, pero que por sobre todo cuentan con nuestra confianza; que sabemos que la vida no es fácil ni para nosotros ni para ellos, pero que por nuestro enorme cariño, quisiéramos prolongar nuestra función protectora y que como solemos decirlo, solo queremos lo mejor para ellos… FELICIDADES.