El paraíso es un infierno

Es inevitable no sentir desilusión y desesperanza mientras el país transita por un oscuro callejón que al parecer no tiene salida. ¿Quién diría que un año bastaría para convertir a Ecuador en un infierno? La llegada de la pandemia a este país, que jamás logró sanar las heridas de su pasado provocadas por años de confrontación, demostró que la inmoralidad, tanto de los gobernantes como de los ciudadanos, ha reinado durante largo tiempo.

Entre marzo y agosto del 2020 el sistema de salud público y privado, especialmente de las provincias de Guayas, Santa Elena, Pichincha, Azuay y Tungurahua, presenciaron un evento apocalíptico sin precedentes que registró la muerte de miles de ecuatorianos a lo largo del territorio nacional.

En este primer año de pandemia, es ineludible no afligirse por el sufrimiento de los millares de familias que perdieron a uno o varios de sus integrantes. Incluso, es imposible no indignarse con el Gobierno que no ha permitido a decenas de familias encontrar los cuerpos de sus seres queridos.

Mientras la pandemia arrasaba con el país, la medicinas triplicaban los precios, el sector privado de salud exigía miles de dólares para aceptar a un enfermo que agonizaba por covid y requería hospitalización inmediata; las cajas de mascarillas sobrepasaban los 50 dólares, algunos insumos médicos caducados o adulterados se ofertan en Internet e incluso medicamentos del sector público terminaron en el mercado negro. Ejemplos que demostraron que los políticos no son los únicos que aprovecharon las circunstancias para beneficiarse del dolor ajeno.

En el Ecuador de hoy, mientras las calles, los centros comerciales, las fiestas, etc., están llenas de ciudadanos que buscan retornar a la normalidad, las cifras de contagios y muertes en exceso se disparan. El país vive una tercera ola de muertes, entre la indiferencia de los gobernantes y el quemeimportismo de los ciudadanos. Sin salud, sin vacunas, sin medicina, sin seguridad, aturdidos por la incertidumbre en las cárceles del país, hoy por hoy el paraíso es un infierno.

¿Acaso no es suficiente con intentar sobrevivir en este país sin liderazgo y al mismo tiempo enfrentar la irresponsabilidad ciudadana?