Hoy más que nunca, tenemos que proclamar y propugnar la dignidad de la persona; puesto que no cesan de aparecer con fuerza una crisis profunda de los valores humanos, lo que requiere una más ferviente concienciación de las injusticias sembradas, con la imputación a los causantes de estos inhumanos atropellos, comenzando por las grandes potencias nucleares, que deben dejar de juguetear con el futuro de la humanidad.
Necesitamos entrar en unión y en comunión, dada nuestra dimensión social, lo que nos exige respeto hacia el análogo. Por desgracia, en cada amanecer únicamente solemos preocuparnos de nosotros mismos (individualismo), sin admitir el derecho a la diferencia, desapareciendo de nuestros andares la voluntad de someternos a normas morales. Esto realmente conduce a una situación en la que los más poderosos, suelen utilizar a sus propios semejantes en su mismo provecho, lo cual es el camino para una galopante discriminación de derechos humanos.
Ante el cúmulo de contrariedades, debemos pararnos a repensar situaciones, sintiéndonos libres para poder discernir contextos. Tenemos que despertar, urge hacerlo sin personalismos, el ser humano en cuanto tal tampoco puede cohabitar, ni conseguir su realización, sino es en alianza y en comunicación. Quizás ahora, con el envejecimiento de la población, tengamos no sólo que reforzar los sistemas de atención a las personas mayores, sino además propiciar otras atmósferas, donde se paladee el sabor de la fraternidad.
Las pertenencias comunes están en crisis y se reafirman las absurdas batallas familiares. La ruta del nosotros ha dado paso a un itinerario egoísta donde nadie respeta a nadie y, lo que es peor, todo se confunde. Es como si la supervivencia de unos, pusiera en peligro la de otros. Dignificándonos, podremos hacer que renazca lo que hasta ahora es un sueño, el deseo de hermanarse.