Digerir y dirigir

Víctor Corcoba Herrero
Víctor Corcoba Herrero

El clima espiritual de noviembre, con la comunión de los santos y el recuerdo a nuestros predecesores, nos insta a digerir y nos invita a dirigir la mirada al cielo, meta de nuestra peregrinación por aquí abajo. En estos días, las gentes suelen adentrarse en la soledad de los cementerios, donde descansan los restos mortales de sus familiares, para enraizarse de aromas y repensar sobre sus propios vínculos, a través de los sueños y de la liturgia del espectro compungido, en plegaria conjunta con los abecedarios del silencio.

Hoy más que nunca, todos estamos hambrientos de una invocación común de concordia, de paz para quien ha vivido, de quietud para quien vive y de armonía para quien vivirá. Quizás estemos cansados, necesitados de esperanza y consuelo, con fuertes deseos de unirnos a un mundo sin tantas fronteras ni frentes. Desde luego, no hay mejor sanación, que una inmersión consigo mismo.

Nuestras energías están profundamente unidas entre sí, hasta el extremo que el bien y el mal que cada uno realiza, también afecta siempre a los demás. Cada cual tiene que empezar por quererse y por querer a sus análogos con el entorno. Así, la petición de un ser en camino puede ayudar a otro ser que ya no es, pero que se está elevando con la caricia angelical; todo un cúmulo de místicas emociones que nos enternecen y eternizan. Sin duda, en esta solemnidad de todos los santos, nuestro corazón se torna lírica, superando los confines mundanos, del tiempo y del espacio, que se ensanchan con las dimensiones celestes.

Allá donde anida la fuerza de la cruz, germina el regocijo divino; la luminaria esclareciendo la oscuridad, con la profunda ilusión de volvernos a reencontrar un día todos juntos, formando y conformando ese poema perfecto de comunión gloriosa y gratitud al Creador. Lo importante radica en no endiosarse de mundo, en dar continuidad a la asamblea de los humildes.