El otro día, en el marco de la primera Escuela de Líderes por Tungurahua, tuvimos la oportunidad de conversar con el exprefecto Fernando Naranjo. Los becarios permanecieron adheridos al relato de su modelo de gestión con una concentración parecida al pasmo que resulta difícil de encontrar en una generación atrofiada por el sobre estímulo de las pantallas.
Hace poco me preguntaron que defina Ambato, que trate de contar su esencia y me costó horrores hallar una síntesis justa. Entonces me acordé que Naranjo sí halló una fórmula de cinco cualidades para describir al tungurahuense: honesto, trabajador, emprendedor, asociativo y solidario. Me sorprendió no sólo por lo exacto sino, sobre todo, porque al decirlo revela su fe en la provincia y su gente. Podríamos sentarnos a discutir nuestra lista de defectos para hacer contrapeso, pero si de verdad queremos hallar soluciones y hacerlas prácticas debemos concentrarnos en nuestro puñado de cualidades, reconocerlas, quererlas y accionarlas.
Fue toda una lección, porque entendí, que la primera condición para que un líder sea tal y su gente crea en él reside en la capacidad del propio líder de creer en su gente. Un reconocimiento mutuo y sincero, fe de ida y vuelta. Los caudillos, los tiranos y sus secuaces, no creen en su pueblo, sólo en sí mismos. Nunca llegan a líderes y su lazo no es la confianza sino el miedo, la fuerza o el mero desinterés.
Ahora que la urgida vida electoral del país volverá a empapelar las calles, es inevitable preguntarse cuántos de los aguerridos candidatos creen en nosotros y no han perdido la fe en este país sacudido por el narco, la miseria y la ignorancia. O será que, aprovechándose de estos males, vienen a clavarnos más puñales.
La cosa está en reconocer al sujeto que crea más en nosotros de lo que cree en sí mismo. Ahí se los dejo…