Cuando observo y entiendo

Gabriel Adrián Quiñónez Díaz
Gabriel Adrián Quiñónez Díaz

Cuando observo y escucho algunos noticieros; cuando me entero que nunca hubo un plan de vacunación; cuando miro las aglomeraciones de personas que acuden y la gente de tercera edad expuestas al riesgo del contagio, al solazo, a la espera que rebasa todo el límite de tolerancia, me pregunto si existe el mínimo sentido de perversión y buen gobierno que exige la función pública. Si hay autoridad, si hay un Estado, si hay reglas. Sí, en semejantes circunstancias, queda un ápice de credibilidad en la palabra de los personeros de la Repúblico.

En ese escenario, donde campea el desamparo, cabe solamente la indignación. Cuando veo el desorden administrativo, las disputas burocráticas, la falta de respeto a los ciudadanos, viejos y jóvenes me pregunto, ¿para qué sirve el Estado?, ¿en esas circunstancias, se justifican ese enorme aparato que aniquila los recursos de los ciudadanos? ¿Podemos esperar explicaciones, orden, rigor, planes razonables? La salud es un asunto esencial, y el gobierno, cualquiera que sea, debería obrar en consecuencia.

El poder solo se justifica por su utilidad a las personas, por su respeto a los rechazos, por la gestión de soluciones transparentes y oportunas a los problemas colectivos, por su sabiduría para legislar, juzgar y gobernar.

El poder tiene que legitimarse, es decir, sustentar la necesidad de su presencia. Tiene que servir al pueblo, no con condiciones vanas; con hechos, con evidencias.

Desde hace años, tenemos un Estado que solo existe para sí mismo, para mirarse el ombligo y ponderar la magnificencia de los caudillos, la maravilla de sus proyectos y la santidad de las ideologías dominantes; para recaudar y creer, para endeudarse sin fin. Es un Estado ensimismado.

Y eso explica por qué, en medio de la pandemia, la burocracia sigue el mismo camino de siempre, por qué la política es, apenas, un evento electoral, y no un proceso cívico que se sustente en la moral pública, y que exprese, de verdad, la esperanza de la gente.

De las vacunas, el cambio sucesivo de ministros de salud, la inseguridad jurídica y personal, el desasosiego que oprime a la gente, la falta de planes, la crisis hospitalaria, son los testimonios que deja un Estado estéril y una acción pública deficiente y sin liderazgo. Médicos y personal de salud son la notable excepción.

La sociedad no necesita promesas de salvación en las que nadie cree. Necesita un mínimo de seguridad personal, un mínimo de medidas eficientes, comunicación, libertad para elegir los planes de vida de cada cual y oportunidades para trabajar. No demanda misericordias, requiere certezas mínimas y principio de autoridad.

Necesita condiciones de vida, sin las cuales no existe ni Estado, ni democracia, ni elecciones, ni nada.

[email protected]

Gabriel Adrián Quiñónez Díaz