Ser pobre resulta caro

Oliver Briceño

La teoría de las “botas” del personaje ficticio Capitán Samuel Vimes describe, con un ejemplo sencillo, el porqué ser pobre resulta tan caro. Y es que, en su ejemplo, si tomamos en cuenta una persona que ganaba en promedio 40 dólares mensuales, un par de botas de cuero de alta calidad, costaba alrededor de 50 dólares.

Pero, un par de botas económicas, las cuales tenían una vida útil de una temporada, a lo mucho dos, costaban unos 10 dólares. Después, se convertían en papel prensado húmedo. Así, mientras una persona con recursos se podría permitir el par de botas de buena calidad que le duraban casi toda una vida por 50 dólares, el Capitán Samuel Vimes habría gastado el doble del en unas botas económicas que tenía que cambiar cada temporada y que le seguían manteniendo los pies húmedos.

El ejemplo mencionado es de un personaje ficticio y en un contexto en el que aún no existía la obsolescencia programada. Sin embargo, casos así los podemos observar en casi todo aspecto. Las personas pobres casi siempre acaban adquiriendo electrodomésticos, u otros artículos, en almacenes en dónde los créditos que otorgan llegan hasta doblar el valor del producto que para alguien que sí se lo puede permitir adquirirlo al contado. Las personas pobres no pueden permitirse comprar una vivienda; en muchos casos, ni siquiera pueden adquirir hipotecas, por lo que acaban gastando más en alquileres que duran de por vida.

Si consiguen adquirir algún crédito, acabarán pagando más intereses que alguien que cuente con más recursos y garantías. Es normal que alguien pobre acabe trabajando más horas, y que tenga que dedicar más tiempo a movilizarse, dado que vive en zonas más alejadas; así, se acaban alimentando peor y viven con más estrés, incurriendo, en el largo plazo, a gastos más altos en salud.

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