Cristian Vaca Ortega
Cada aniversario de provincialización, Santo Domingo de los Tsáchilas se cubre de luces, desfiles y festividades banales que buscan enardecer el ‘orgullo’ local. Sin embargo, detrás de este espectáculo, queda la amarga realidad de la ciudad capital de la provincia que, a pesar de todo el color y pompa, sigue marcada por problemas que no se resuelven con fuegos artificiales. Nos venden la ilusión de progreso con eventos que solo distraen de la verdadera situación, comprando conciencias sin atender los problemas de raíz.
La corrupción es uno de los males que carcome nuestra provincia. Las decisiones se toman, muchas veces, para beneficio de pocos y en detrimento de la ciudadanía. Este mal se refleja en cada obra inconclusa y cada promesa rota, en cada proyecto que parece más un disfraz que un paso real hacia el desarrollo. Es una sombra que tapa las esperanzas de una provincia que podría ser un modelo de gestión y crecimiento. El impacto ambiental sobre el cerro Bombolí es la más grande señal del desprecio por el bienestar de nuestra tierra. Este emblema natural, que debería ser una joya protegida, es víctima del abandono, la falta de políticas ambientales y la dejadez de quienes dicen cuidar el patrimonio provincial.
Cada daño al cerro es un daño a nuestra identidad y al legado natural que dejamos a las futuras generaciones. Además, la inseguridad se ha vuelto una constante en la vida diaria. Las calles, ahora se sienten hostiles, la violencia y el temor han reemplazado a la confianza, mientras las autoridades prometen soluciones que nunca parecen materializarse. Nos enfrentamos a una realidad donde el miedo es parte de la rutina, y, sin embargo, los discursos oficiales solo hablan de logros y avances.
Es momento de dejar de aplaudir las apariencias y exigir el verdadero progreso que Santo Domingo merece. Que la provincialización no sea solo una excusa para el festejo, sino una oportunidad para reflexionar sobre el cambio necesario. La modernidad debe ir de la mano con la transparencia, la seguridad, el cuidado ambiental y el respeto a la ciudadanía. Solo entonces podremos hablar de una provincia que esté a la altura de sus sueños y de una ciudad que realmente merezca llamarse ‘moderna’.