Ciudad moderna

Diana Luzuriaga Vera

Escuchar o leer “ciudad moderna” de forma automática nos hace pensar en la equivalencia a mejor ciudad, mejor calidad de vida. Lógico, pues además de ser un justo anhelo ciudadano es un derecho propio del ser humano. Ahora bien, la ciudad es más que un agregado de hombres, mujeres y elementos construidos, implica la necesidad de un entendimiento político, de la cimentación comunitaria con un proyecto de vida colectiva.

Por tanto, hacer ciudad conlleva a una planificación responsable en el tiempo y políticas sobre ella, es actuar para crear el marco en que se desarrolla la vida de las personas, y, ante todo, es una cuestión política ligada a la forma en que se otorga, ejerce, distribuye y controla el poder, que es el mecanismo para organizar las vidas individuales y construir proyectos comunitarios.

Los aspectos fundamentales que se perciben en ciudades consideradas modernas son la adecuada gestión administrativa, ambiental y mantenimiento de los sistemas urbanos, de modo que protegen la salud pública, fomentan la seguridad, la estabilidad y la cohesión social. Dotar de servicios básicos a los barrios es una prioridad ineludible, así como la preservación de espacios públicos, verdes (respeto por la naturaleza) y edificios con significado histórico y cultural, se promueve la diversidad e identidades culturales. Garantizan el disfrute de los viajes a pie, en bicicleta o en transporte público como medio para reducir el estrés ambiental. Los equipamientos, servicios y transportes públicos son accesibles e inclusivos.

Lo que demuestra que sus gobernantes comprendieron que no se puede hablar de ciudad moderna sino se cumple con estos requisitos esenciales para su habitabilidad y la mejora de la calidad de vida urbana. De acuerdo a lo acotado ¿Estamos por el camino correcto?

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