Cristian Vaca Ortega
Mañana termina la convocatoria de oficiales de policía y es curioso cómo, en el país donde la Constitución garantiza igualdad, la Policía Nacional ha encontrado cómo ignorarla. Si no alcanzas la estatura mínima o llevas tatuajes o expansores, quedas fuera del proceso. No importa si tienes capacidades para proteger y servir, porque la estatura y la piel inmaculada parecen más importantes que el mérito. Bertrand Russell dijo que «gran parte de las dificultades de la humanidad se deben a que los ignorantes están completamente seguros, mientras que los inteligentes están llenos de dudas». Una institución que teme a las mentes críticas prefiere llenar sus filas con quienes encajan en moldes vacíos. No sea que alguien con pensamiento propio sea una amenaza para un sistema que se alimenta de la obediencia ciega.
La convocatoria parece más un certamen de belleza que un proceso serio. ¿Qué relación tiene la estatura con mediar un conflicto? ¿O la ausencia de tatuajes con la integridad? La Policía prioriza controlar cuerpos sobre cultivar mentes. Quizá diseñan una unidad que pose para calendarios navideños, porque proteger no parece ser prioridad. El artículo 11 de la Constitución es claro: ninguna condición física, ideológica o estética puede ser motivo de discriminación. Pero las normas internas parecen más fuertes que la ley suprema. Hay que recordarle a la Policía leer la Constitución, aunque quizá sea inútil, porque para hacerlo hay que tener algo más que estatura mínima y piel inmaculada.
La ironía es evidente: quienes deberían garantizar derechos comienzan ignorándolos. En lugar de evaluar méritos, perpetúan estereotipos excluyentes. ¿Queremos una Policía que defienda derechos o un club exclusivo para altos, desentintados y políticamente castrados? La verdadera amenaza no es la estatura ni los tatuajes o expansores. Es un sistema que discrimina, teme a las ideas y confunde uniformidad con seguridad. A este ritmo, el próximo requisito será caminar en línea recta con un libro en la cabeza. Russell tenía razón: pensar es peligroso, y parece que la Policía lo sabe. Por eso no buscan a los mejores, sino a quienes no harán preguntas.