Adriana Morocho
Existe un recurso silencioso, pero suficientemente poderoso que puede marcar la diferencia y está al alcance de todos, me refiero a: la actitud.
Si bien es cierto, la actitud no cambia un acontecimiento, pero puede transformar cómo lo vivimos. No elimina el dolor, pero nos da herramientas para enfrentarlo. Es esa medicina invisible para el alma y como toda medicina, hay que obedecer a una posología, requiriendo decisión, práctica y, sobre todo, voluntad.
La actitud tiene mucho que ver con la voz interior, “lo vas a conseguir”, “vas a salir bien”, y lo contrario: “no estás a la altura”, “no vas a conseguir pareja”, “te vas a enfermar”; siendo entonces el resultado: la actitud.
Es básicamente, el cómo me levanto por la mañana y cómo me enfrento a lo que sucede, hoy en día sabemos y está científicamente comprobado que una actitud resiliente a circunstancias de la vida influye en el resultado. La actitud previa a un examen, a una cita romántica, a una entrevista de trabajo, a un tratamiento médico, según como tú llegues a ese evento, emocionalmente tu organismo va a responder de una manera u otra. Esto no significa ir por la vida sin conciencia de lo que nos está sucediendo, pero sí con la certeza de que algunas veces hay que tomar las riendas de nuestra voz interior: ¡Levántate, vamos a intentar sacar lo mejor que llevamos dentro a pesar de las circunstancias tan adversas que estamos viviendo!
Una actitud positiva no significa ignorar la realidad, ni disfrazar las emociones, es mirar hacia adelante con esperanza, confiando en el proceso y sobre todo que siempre hay un aprendizaje.
En este sentido. Hoy más que nunca, es necesario hacer un examen de conciencia y preguntarnos: ¿Qué actitud estamos poniendo en práctica?
Estoy consciente de que no se puede controlar todo lo que pasa a nuestro alrededor, pero sí podemos elegir como demostrarnos ante ellas. Y en esa elección está nuestra esencia, el mayor acto de amor propio: sanar desde adentro.