La Batalla de Ibarra

Por: Pablo Rosero Rivadeneira

En la mañana del 17 de julio de 1823, desde las torres de la antigua iglesia de la Compañía de Jesús en Ibarra, el comandante realista Agustín Agualongo examina con su catalejo la inminente llegada de las tropas lideradas por el libertador Bolívar. Sabe que el combate será a muerte pues está en juego el control militar sobre Quito, que, el 24 de mayo del año anterior, consolidó el proceso independentista iniciado en 1809.

Agualongo espera a Bolívar por el oeste, por el camino que conecta con Otavalo y con Quito.   Desde la torre, fácilmente podrá divisar el arribo de los patriotas y esto le dará el tiempo necesario para emprender la ofensiva y garantizar la victoria. No cuenta con la astucia de Bolívar que, en San Pablo del Lago, toma una decisión crucial: no seguir por el camino real, sino bordear el volcán Imbabura y sorprender a los realistas tomando la ciudad desde el sur-este.

A las dos de la tarde, el toque a rebato de las campanas confirma lo insólito: Bolívar y su ejército están ya en la ciudad y han vencido a los centinelas apostados en el acceso sur.   Agualongo apenas tiene tiempo para reponerse del shock y dar providencias a sus soldados. Lo más crudo del combate se da en las calles céntricas de la ciudad e inclina la balanza a favor de los patriotas.

En un sangriento epílogo, el ejército libertador persigue a los realistas por las breñas que miran al río Tahuando. Muchos años más tarde, en honor a este combate, esos terrenos tomarán el simbólico nombre de “La Victoria”. Los muertos de ambos bandos se sepultan improvisadamente en las inmediaciones del convento e iglesia de Santo Domingo.

Es el único combate librado por Simón Bolívar en el suelo de lo que será más tarde la República del Ecuador.   La historia oficial le ha escatimado valor, pero, si Bolívar perdía ese día, el golpe dado a su proyecto emancipatorio pudo haber sido mortal.