El cura y el barbero

Por: Pablo Rosero Rivadeneira

Asustada por las andanzas de su tío, devenido en caballero andante, la sobrina de Alonso Quijano recurre a un cura para quemar los libros que, en su opinión, han provocado la locura de Don Quijote. Asiste al cura el barbero del lugar y con la presencia del ama y la sobrina da inicio el inventario.

Don Quijote duerme mientras sus amados libros de caballería vuelan por la ventana y aterrizan en el corral para formar la pira de la estupidez. Se salva el “Amadís de Gaula” por ser el primer libro de su género impreso en tierras ibéricas. “La Araucana” de Alonso de Ercilla se salva también junto a dos volúmenes más que el cinismo del cura ordena guardar como “las más ricas prendas de poesía que tiene España”.

En medio de la tragedia, Cervantes se coloca de protagonista en su novela y hace que el cura exima de la quema a “La Galatea” con estas palabras: – “Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes y sé que es más versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención, propone algo y no concluye nada”. 

El resto de libros -la mayoría- son presa inexorable del fuego y la ignorancia. El mismo fuego que, por entonces, abrasaba a América y que arderá por tres siglos en una historia inacabable de encuentros y desencuentros. El mismo fuego que atizó la violencia de las conquistadores exaltada en “La Araucana” y que arrasó con los códices mexicas por la ignorancia del arzobispo Zumárraga, pocas décadas antes de la aparición del Quijote.

Pocos saben que, atormentado por la mala fortuna, Cervantes intentó, sin éxito, viajar a América para conseguir un oficio y huir de España. Talvez por eso, juzgando con categorías actuales los hechos del pasado, una turba de exaltados agredió una de las estatuas de Cervantes en América.  La América a la que nunca pudo llegar y donde el fuego de la ignorancia sigue ardiendo.