Xavier Oquendo Troncoso
Conocí a Catalina Sojos (Cuenca, 1951) hace muchos años, antes de los 2000. Tuve la suerte de editar algunos de sus libros, entre ellos dos emblemáticos cuadernos de su más pura y bella poética: ‘Cantos de piedra y agua’ y ‘Láminas de la memoria’. Ella es una especie de anfitriona eterna de su ciudad, sabe de cada piedra, de cada cúpula y de cada río, pero sobre todo, sabe que la poesía ha sido su conexión con la realidad y con lo imposible (la memoria, el dolor, el erotismo, la emoción, el poder de lo sublime), todo está en su obra, que además ha sabido combinar, con madurez y belleza, con la literatura infantil.
A Javier Ponce Cevallos (Quito, 1948) lo conocí cuando estuve trabajando como periodista de actualidad en Diario Hoy hace como 30 años. Él era un editor, de gran versatilidad y su trabajo por la comunicación camuflaba, con cierta timidez, al brillante autor de ficción que siempre ha sido. Su obra estuvo al frente de las vanguardias. Como novelista y sobretodo como poeta, alcanzó los mejores sitiales de su generación (la de los 70) donde aún dejan registros los importantes escritores ecuatorianos vivos. ‘Texto en ruinas’ y ‘Afuera es la noche’, por ejemplo, son dos libros de la madurez de Ponce que quedarán grabadas en la conciencia lectora de este país.
Conocí la obra musical del grupo ‘Guardarraya’ hace muy poquito tiempo. Mis hijos me guiaron por estos ritmos y estos versos urbanos de muy buena factura. Su vocalista y compositor es Álvaro Bermeo (Quito, 1977), un enorme talento como músico, pero un fenómeno como escritor. Un significativo trabajo ha hecho con su arte para acercarnos a un canto coloquial, cotidiano, citadino, utilizando la jerga de la quiteñidad con precisión y astucia, de la serranía y estupendos toques de humor e ironía. Letras dignas de leerse y de reconocerlas no solo en el género de la canción, si no también en la lírica.
A los tres autores reconoceremos en el Encuentro Internacional de Poetas ‘Paralelo Cero’ 2024, creyendo en las distintas voces y rompiendo esos moldes canónicos que a veces nos imponen. Una celebración para nuestra palabra, en medio de un tiempo de terror e incertidumbre, el arte nos da respuestas o más preguntas para llenarnos la vida de maravilla.