Campaña anticipada

Giuseppe Cabrera

La democracia depende en gran medida de esas reglas no escritas, de aquellas cosas que nos permiten respeto y convivencia mutua y ética política. Estas reglas, no constan en ningún código o ley y, se configuran y construyen con el devenir del tiempo, la costumbre y la profundización de los valores nacientes de la democracia liberal y la república.

Estos límites autoimpuestos, son diques de contención institucional, que le dan fuerza y vida a las instituciones.

En nuestro país, los políticos se los pasan por el forro. Se insultan, se dicen bajezas, atacan pruebas, no tienen filtro, ni sentido de la descendencia mínima, en nuestro país políticamente incorrecto es la regla, distinto a Europa y EE.UU. y, tener cierto pudor y hacer lo políticamente correcto, es la excepción, más allá del terno y la corbata, su actuar parece sacado de un desagüe en invierno en cualquiera de nuestras ciudades: tapado y lleno de basura.

Entre esas reglas no escritas de la democracia, que nadie las practica están aquellos que tienen que ver con la campaña anticipada, algunas implícitas como el respeto mutuo entre candidatos, el no usar la campaña sucia, los pasquines o los ‘trolls center’ y otras, que ya superan el cinismo, porque sí están en el código de la democracia, como inaugurar obras buscando la reelección del cargo.

Hoy la red social aguanta todo, ya no el papel y aguanta desde el ridículo de un baile desincronizado o un rap mal rimado en TikTok, hasta el gasto de miles de dólares, incluso millones como pasó en 2019, que evaden el control del gasto electoral, por ser más difícilmente calculables y no entrar en la contabilidad que presentan los partidos.

En las redes sociales todo se vale, desde ya estarse promocionado, pidiendo votos y presentando propuestas, aunque aún no empieza la campaña electoral, hasta montar redes de ‘troll’ dedicados a tirar odio y mentiras al candidato contrario, sin hacerse responsables por las acusaciones que hacemos.

Vivimos una política rastrera y camaleónica, que poco puede cambiar, sino elevamos la vara moral con la que juzgamos y condenamos estos actos, en vez de alentarlos y condescenderlos.