Borges y García Lorca

Xavier Oquendo Troncoso
Xavier Oquendo Troncoso

Xavier Oquendo Troncoso

 

En estos días estuvimos recordando un aniversario más de la muerte de Federico García Lorca (Granada-España, 1898-1936) y del nacimiento de Jorge Luis Borges (Buenos Aires, Argentina, 1899-1986), dos literatos que nos han influido necesariamente, a veces, casi sin saberlo, en la conciencia de la literatura hispanoamericana. Del granadino, nos quedamos con su ritmo, sus imágenes de contemplación, su cosmovisión gitana en la belleza naturalista y su enorme poesía surrealista. Del porteño, tenemos sus narraciones sometidas a un orden matemático, misterioso, oculto, a una cosmovisión y a un universo simbólico interesante y único en la escritura. 

Sé también, por varias anécdotas y textos escritos y académicos, que la relación entre los dos era difícil. Jorge Luis se refirió a Federico, en algunas ocasiones, de forma despectiva, como disminuyendo su genialidad y dándole un puesto localista y sin importancia en el arte de la palabra. Por su parte, el español era un alma libre y risueña (Borges diría que: «se esforzaba todo el tiempo por agradar a los demás». Su vida era una fiesta: imponía el arte como una manifestación del espíritu libre: cantaba, bailaba, actuaba, dirigía, dibujaba y, claro, escribía poemas y sendas obras de dramaturgia. 

El argentino no era, para nada, simpatizante de la poesía española de la época ni del teatro Lorquiano (“Al único que rescato es a Unamuno”, llegó a decir). Cuando Federico viajó a Buenos Aires en 1933 y se quedó algunos meses, en pleno apogeo de una gira por algunas de sus obras teatrales emblemáticas, coincidió, algunas veces, con su contemporáneo. 

Los dos, inmensos y recordados autores de la lengua castellana, tuvieron una vida intensa, aunque muy corta la de García Lorca, que murió fusilado en su ciudad, a los 38 años, víctima de la guerra civil y el fascismo español, frente a la larga vida de Borges que murió de viejo, en medio de  una ceguera repleta de símbolos y atmósferas, las que lo volvieron célebre en sus cuentos y en sus historias obsesivas. Los dos forman parte de nuestra cultura y de nuestras lecturas: no son solo escritores, son personajes populares que enriquecen nuestro mundo particular. Grandes los dos. Eternos los dos.