Andrés y su ábaco

Rocío Silva

Cada vez que escucho defender a Arauz, su pasado muy reciente como funcionario público de nombramiento, me es imposible, no evocar la frustración en la que desemboca toda la vorágine inútil, por la que debieron pasar tantos y tantos profesionales para acceder a un cargo público de contrato ocasional, con una temporalidad de un año, y que a la larga ya estaba destinado a un favorito; entonces, visualizo a Andrés de adolescente en su Academia Pichincha, haciendo cálculos y más cálculos.

Cuando Arauz, habla desde el impersonal sobre la “campaña sucia”, relaciono su vanidad y cálculo por llegar al poder, en proporción directa con sus mentiras; parecería que en el jovencito todo estaba trazado en su ábaco, arrancaría con el ingreso a la función pública, luego de lo cual, en seguida se dispondría a buscar espacios con mejor sueldo y accedería a la comisión de servicios, que obviamente estaba destinada a cargos de confianza o libre remoción. Su entorno, sus afectos estaban bien encausados, tenía el mejor de los ejemplos, el mismo, que se convirtió en su mentor: Correa.

Todo estaba tan trazado, su amplio currículo, su formación académica; cree que superó a su maestro, porque Andrés, mide lo peligroso de la profesión política, en consecuencia, su vanidad, que en una u otra medida cada es justificable, sino que la combina con su desmemoria y contradicciones recurrentes, está en la creencia de que sus errores pueden ser disimulados.  Nunca aprendió que lo político, debe estar siempre mediado por una causa social ética equitativa, pues si no ocurre así, el político puede convertirse en causa de sí mismo, que es el peligro que más acecha, y nadie, ni aún sus opositores políticos más acérrimos quisieran verlo que termine con las ya casi olvidadas “huevisas” con las que terminó Correa en enero de 2018.

Sin pasiones no hay política. Pero las pasiones para que tengan sentido político, se articulan con el principio de objetividad (conservar las distancias) y con el principio ético de responsabilidad y sinceridad. La pura vanidad y ambición, en política, puede llevar a que se construyan caricaturas vivientes, (léase Correa, Bucaram, Yunda)