Alegría y libertad

NICOLÁS MERIZALDE

Cuando conocí a Alegría Crespo en FIDAL me impresionó su pasión por la educación, su fe en el país y esa mezcla de inteligencia y positivismo tan difícil de encontrar en tiempos donde se confunde el pesimismo con la profundidad.

Una de sus columnas causó gran revuelo hace pocas semanas y producto de ello sufrió el coletazo de la cultura de la cancelación, este fenómeno que cruza los límites de lo absurdo para censurar una figura pública por una opinión impopular o malinterpretada. La crítica, siempre necesaria, busca el argumento y no el bloqueo. Ahora que las redes son grandes cámaras de eco, con disparos de luz y recovecos de odio, la sana disidencia se va perdiendo detrás de las pantallas. No convivimos con aquello que nos enfrenta y la tolerancia se está vaciando de significado. Aquello que no me refleja se cancela, se censura, se bloquea.

Sin embargo, la realidad no tiene algoritmos tan perfeccionados, ni los jueces de la corrección tanto poder sobre ella. Como resultado: un reguero de ira, y el monstruo del extremismo lamiendo los oídos de gente incapaz de buscar el consenso, convencidos de su dogma personal e irrebatible. Es un círculo vicioso, peligroso y difícil de manejar.

Afortunadamente, Alegría ha vuelto a las redes demostrando los límites del Twitter, y por eso mi columna no es sólo de apoyo sino también de reconocimiento por resistir el embate y continuar con el talante de siempre. Demostrando que las palabras tienen poder, pero cuando son libres. De nada nos serviría llenar páginas enteras sino podemos escribir lo que pensamos sin que nadie mida nuestro grado de sufrimiento válido, el nivel de privilegio u otra clase de peajes que hoy se le impone a la opinión de la gente. Parafraseando a José Luis Sampedro, ¿De qué nos sirve la libertad de expresión sino tenemos libertad de pensamiento? Piénselo.