Zaruma en la memoria

Lo de la hermosa ciudad de Zaruma es una crónica anunciada. Los episodios de socavones que se vienen abajo, colapsando casas y calles, son repetitivos y cada vez más graves.

Zaruma es una ciudad con corazón, enclavada en la cima de un monte, en las tierras altas de la provincia de El Oro, con callecitas que se entrecruzan y nos llevan a placitas inverosímiles, con una hermosa iglesia, con gastronomía que hace añorar siempre el olor del café recién pasado, del tigrillo con el verde majado, el queso, la carne que lo acompaña. Un pueblo hospitalario que me trae a la memoria una primera visita allá por los años ochenta en la que veíamos la familiaridad y la solidaridad impresa en los llamados y las colaboraciones.

Esta hermosa ciudad ha sido desde antaño objeto de codicia por las vetas auríferas que están en sus tierras, incluso debajo de las edificaciones, pero también debido al desorden provocado por la minería ilegal, aquella que no se controla, que no paga impuestos, que no mira la afectación humana y ambiental que causa.

La ciudad de Zaruma debe recibir la solidaridad del Estado y de la ciudadanía en general, y apuntar a soluciones duraderas para que los episodios de la semana pasada no vuelvan a repetirse. No obstante, estos deben servir también como un llamado de atención y ejemplo de lo que no se debe hacer.

La minería ilegal es destructiva. Si nuestros territorios son ricos en minerales, y ya los yacimientos están descubiertos y ubicados, si no hay normativas que se cumplan y empresas serias y que paguen impuestos y regalías, vamos a tener serios problemas que replicarán de manera aun peor lo ocurrido en Zaruma.

Esos malos ejemplos nos remontan también al desastre ambiental y social de Nambija, por lo que debemos pensar que hay que dar un sí a la minería responsable y un no rotundo a la ilegal.