Ya hemos vivido

Manuel Castro M.

Con seguridad y exactitud se puede afirmar que en países donde impera el Socialismo del Siglo XXI hay cosas insoportables: partido único, justicia que castiga de facto la agitación, la desviación ideológica, el sabotaje, todo dizque para mantener un sistema social de servicio al pueblo. Ello desde luego contradice a una democracia liberal, la única con sus limitaciones que puede mejorar la vida social y política de los países. Es retórico aquello de respetar las ideologías, si algunas de ellas tienen un concepto singular de libertad, de propiedad privada, calificadas como ‘armas del capitalismo’ (que además todos lo vivimos, incluida la China comunista).

Está bien respetar las ideologías, pero no se puede ser tolerante con los intolerantes. Por ejemplo, con ceguera o sectarismo, los gobiernos de Venezuela, Colombia, Argentina, México, Bolivia, muestran su rechazo a la salida de Castillo en el Perú, y ‘olvidan’ con vergonzante oportunismo que él primero pretendió dar un golpe de Estado, que la Constitución peruana permite dejar vacante la Presidencia. Y los extremistas incendian el Perú, ya no exigiendo conquistas sociales sino la libertad de Castillo, y producen muertes y excesos policiales.

Quienes vivieron en los estados marxistas y sufrieron sus atropellos, a pesar de que en su inicio fueron  partidarios de tal sistema, arrepentidos afirman que “el comunismo habría que experimentarlo en la propia piel, pues de otro modo no se puede comprenderlo”, aplicable no solo a los individuos, sino también a las naciones enteras.

En Ecuador ya hemos vivido el correísmo populista y socialista. Sus consecuencias han sido nefastas: desde arriba se ha robado y saqueado los bienes públicos, se ha suprimido constitucionalmente el Estado de derecho. La anarquía política e institucional que nos atosiga es consecuencia de catorce años de experimentos socialistas inauténticos.

“Los tiempos cambian y nosotros cambiamos con ellos”, adagio latino. Que el pueblo no caiga de nuevo en tales redes y que surjan líderes políticos con mística y que la sociedad civil no sea novelera a pretexto de progresista.