Y entonces, ¿qué?

Kleber Mantilla Cisneros

Qué tristeza. En una cara de la moneda aparece un escenario de pánico colectivo: unos ‘vacunadores’ terroristas que a sangre fría le exhiben a un hombre atado a explosivos en su cuerpo frente a una joyería de Guayaquil, donde él laboraba, y los peatones filmaban; los sicarios asesinan con saña en hospitales, bares y restaurantes; y, periodistas que comienzan a huir al verse amenazados por sus denuncias; los asaltos con alta violencia se triplican mientras nuestros niños, reclutados por el crimen organizado para secuestrar y abalear personas, ya dejaron de ser sorpresa; para colmo, jueces indolentes liberan en unas horas a los asesinos y delincuentes más peligrosos.

Al reverso de la misma moneda: una desastrosa clase política y autoridades en disputa, sin moral ni legitimidad ética, hacen un show circense de pugnas e intereses casi personales y le echan la culpa de las grandes tragedias a los más pobres y damnificados. Pero la inclemencia del clima los pone a prueba: primero un terremoto en el Litoral; luego, una catástrofe en la población de Alausí por un deslave de tierra, con decenas de muertos y desaparecidos. ¡Lo inaudito! La ineptitud, el regionalismo y la absoluta demencia de una autoridad llegan a gasear a las víctimas en medio de una hecatombre.

No se trata de torpedear al gobierno sino de que su suerte está echada. Resulta perturbador que durante tantos meses no se haya aplicado la opción constitucional de ‘muerte cruzada’ para abolir la narco política, las mafias enquistadas en hospitales y universidades, o en las cúpulas de la Policía y FFAA —no se diga en embajadas y consulados—. No se convocó a una Asamblea Consituyente de sabios e intelectuales probos que refundaran el país a tiempo. Digo un ambiente perturbador porque la inseguridad e indefensión del ciudadano común soporta el dominio diabólico del crimen junto a la corrupción, la inoperancia y vanidad de un régimen, esa apocalipsis del Estado fallido entre todas las plagas.

Al menos, una conclusión nos queda: las amenazas y conjuras no funcionan sin pruebas ni fundamentos. Una conspiración nace desde la cuna como la herencia; la confabulación tiende a crecer cuando la vanidad está presente para desacreditar cualquier acción de un mal gobernante que se rodea de mediocres, serviles corruptos y familiares descalificados. Y entonces, ¿qué esperaba?

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