Vuelven a perder los ‘quiteños’

Hasta 2009, Quito era la ciudad de los quiteños en la que, además, vivían personas de otras partes, y en la que se llevaba a cabo el papeleo burocrático Ecuador. Nada más que eso. No era la ciudad más entretenida, ni la más bella, ni la más rica del país; tampoco la más educada, democrática, ordenada o la de la gente más cortés. Era, no obstante, un ciudad auténtica, que se relacionaba con el mundo exterior a partir de su alma genuina y que, en materia de lo ‘público’ —servicios, infraestructura, obra e instituciones— llevaba décadas progresando sostenidamente. Independientemente del particular carácter de su pueblo, era una ciudad que avanzaba y cobraba vigor.

Hoy, Quito ya no es la ciudad de los quiteños, sino la capital de los ecuatorianos —algo muy diferente—. Ya es la ciudad más poblada, con más recursos, más diversa y más tolerante del país, y la inmensa mayoría de sus habitantes tienen origen externo. Sin embargo, gracias a ese esfuerzo gubernamental reciente —intencional y metódico— de convertir a la capital en el fiel reflejo del Estado ecuatoriano contemporáneo, y de hacerla representativa de esa supuesta identidad nacional que se inventaron, Quito es ahora una ciudad horrible. Solo es vivible a puerta cerrada y sus habitantes, mientras más expuestos se ven a lo ‘público’, más necesitan embriagarse, pelearse o huir regularmente de ella para sobrellevarla. Bajo el ordenamiento actual el destino de Quito está atado al de la República de Montecristi; por ello, el futuro de la capital es igual de precario, purulento, antiestético y atemorizador que el de esta.

El bando “quiteño” —que antes engendraba líderes, marchaba hasta la Plaza Grande y el olor del gas lacrimógeno y el agua de los trucutús no le era tan absolutamente desconocido, pero que ahora ya se limita a la Tribuna de los Shyris y a las caravanas de protesta en SUV y 4×4 por autopista— volverá a perder en las elecciones del próximo año. Y seguirá perdiendo —no solo elecciones, sino también poder, patrimonio y paz— mientras insista en su “espléndido aislamiento” y no entienda que su futuro, aunque no les guste admitirlo, también depende de lo que pase en esta tierra y del curso que tome toda nuestra República.

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