¿Voto vergonzante?

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Carlos Freile

Frente a la abismal diferencia entre los resultados de las encuestas previas al referéndum, a los que se unieron los de las realizadas a boca de urna, y los proporcionados por el ente regulador de los comicios, una autoridad de este explicaba la disonancia apelando al voto vergonzante. Pero esta justificación no se mantiene: si la mayoría de ecuatorianos está contra el gobierno, ese voto hubiese funcionado al contrario; el razonamiento habría sonado así: “Estoy contra el gobierno, como la mayoría, pero voy a votar Sí, lo cual me causa vergüenza, por consiguiente digo que votaré (o voté) No”. Las encuestas habrían dado amplia mayoría al No. Sabemos que pasó lo contrario.

El argumento, dado sin un análisis más o menos serio, no se sostiene en este caso concreto y cae en la irracionalidad por su elemental falta de lógica. Podemos sacar un par de conclusiones: las autoridades electorales nos toman por tontos de capirote, que nos tragamos orondos sus ruedas de molino. Pero también constatamos que los funcionarios de gobierno o carecen de criterio para analizar argumentos elementales o sirven a alguien distinto al presidente de la República. En minutos debieron desvirtuar la falacia y pedir con entereza una revisión de los procedimientos de conteo.

Los ecuatorianos nos hemos acostumbrado al fraude desde cuando lo estableció como sistema Eloy Alfaro, es cierto; pero también lo es que la izquierda lo perpetra en diversos países sin mayores consecuencias pues los grandes medios de comunicación se encargan de tapar la trampa. De hecho se cumple la afirmación del gran líder histórico del totalitarismo, José Stalin: “No importa quienes votan, sino quien cuenta los votos”. Los ecuatorianos nos quejamos de la corrupción, pero mantenemos en el control a personas de tendencia política dudosa, preferimos políticos con pasado obscuro, honramos a los cómplices, aplaudimos a los encubridores; como advertía santo Tomás Moro: “Condenamos las causas y levantamos monumentos a las consecuencias”. Para decirlo en latín:  somos “minus habentes” (“que tienen menos…”).