Violencia al límite

La ciudad y el país es una sola violencia: viajar en un bus de transporte urbano es someterse a ultrajes, apretujamientos, codazos, empujones por alcanzar la puerta y luego pagar para que le lleven como “enlatado”, rogando a Dios que no se suban los asaltantes para con cuchillos o pistolas despojarnos del celular, billeteras, documentos, mochilas o lo que se les venga en gana; si vamos caminando, pueden aparecer en una bocacalle un par de malandrines para a punta de golpes o con alguna arma blanca o de fuego, robarnos las pertenencias, so pena de perder la vida si no entregamos lo que es nuestro; si vamos en auto propio, hay que temer que alguna moto aparezca junto a nosotros en un semáforo en rojo y nos haga el “bujiazo” o hasta nos dispare por robarnos, o quien sabe por matarnos, porque hoy la vida vale poco, tal vez 50 o 60 dólares en el mundo del sicariato.

Vivimos en una sociedad donde no respetar la fila en el banco, no conducir con documentos habilitantes, pasarse la luz roja o hasta no saludar por cortesía al subir a un ascensor son formas de  violencia.

Cierto es que una mayoría de  políticos son un mal ejemplo, que sus aconteceres, discursos, falsedades, deshonestidades, se vuelven el pan del día y calan de tal manera en mucha gente que hasta justifican los malos actos, pensando en que ellos actuarían igual de ocupar alguna dignidad pública. A un amigo que indicó no poder adquirir algo en un momento determinado, alguien le dijo textualmente: “pero cómo no puedes pagar eso, cómo estás endeudado, si acabas de salir del cargo público”, como si el empleo en el Estado significara alguna suerte de lotería.

También es cierto que nuestra cultura no colabora con un ambiente honrado, porque a nombre de “viveza criolla” hacemos “asquitos” del cumplimiento de la ley o en pequeños objetos que encontramos olvidados; no demostramos que entendemos lo que no es nuestro.

Los abuelos eran severos con ese tema; seguro nos caían con dos fuetazos o nos daban en la mano si tomábamos algo ajeno. Hoy las nuevas formas de educación, amparadas por una serie de doctrinas psicológicas de última moda, en ocasiones mantienen a los padres al arbitrio de sus hijos.

La Policía también parecería no querer involucrarse totalmente en la defensa y protección de los ciudadanos, seguramente por miedo a las consecuencias que los “derechos humanos” les impongan.

La calle, la casa, el autobús, el carro particular, el lugar de trabajo pueden ser sitios de violencia. Los arribismos de la gente y el egocentrismo de los congéneres así lo demuestran y, si a eso le sumamos los gobiernos seccional y central, que tampoco atinan a cuadrar servicios mínimos, como unas calles sin baches, cuya inoperancia es una forma de violencia también, o el descontrol de las cárceles, que parece que se les ha ido de las manos, estamos sin rumbo y a la suerte en una sociedad canibalesca.