Vacunas y vacunas

La capacidad del ser humano se pone a prueba cuando se trata de enfrentar a las enfermedades. Lo ha tenido que hacer desde tiempos inmemoriales, utilizando los recursos que ha tenido a mano, hierbas, ungüentos, sangrías, lavativas… Una cantidad enorme de elementos, danzas, rituales y piruetas destinados a eliminar los malos espíritus, y remedios más sofisticados que vienen en diversas presentaciones: jarabes, pastillas, cápsulas, pócimas que se inyectan, se beben, se aplican, se introducen.

Los avances de la ciencia, desde la época de Pasteur, lograron producir elementos de laboratorio que nos protegen contra el ataque de virus y que se reproducen de manera controlada, por lo que dejan de producir efectos letales.

La pandemia del coronavirus ha puesto las vacunas de moda y la rapidez con la que han sido elaboradas ha batido todos los récords.

Los científicos afirman que todas las vacunas que se han puesto en el mercado tienen un importante grado de eficiencia. Ninguna registra una eficacia total, pero los indicadores de éxito prueban la importancia de ser vacunados y obtener esa especie de escudo protector, que, a la postre, cuando un gran porcentaje de la población ha sido ya vacunada, produce ese efecto “rebaño” tan esperado.

La vacuna no es una panacea que reemplaza a los otros cuidados como el uso de la mascarilla, el lavado de manos y el distanciamiento social, pero la recuperación económica dependerá en gran medida del porcentaje de personas que hayan logrado ser inmunizadas.

Por ello sorprende la existencia y proliferación de grupos negacionistas que rechazan la vacuna, poniendo en riesgo los procesos, sembrando incertidumbre, esgrimiendo argumentos que van desde la conspiración mundial hasta la ineficacia de su uso.  Si sabemos que la ciencia pone en manos de la ciudadanía la capacidad de evitar ciertas enfermedades, es un absurdo el no usarla.