Un obsequio real para la vida

Fabián Cueva Jiménez

En esta época, en Occidente hay un desborde emocional. Escribir resulta complejo por la presencia de sentimientos encontrados: la alegría social, familiar, muy sentida y humana, frente a claras e innegables injusticias.

Tiempo de demostraciones de amor y a la vez, de agudas percepciones y penosas realidades que activan las ‘3 mentes’ que poseemos: una que observa la opulencia y la pobreza; otra, que siente las desigualdades humanas; y, la última, la generosidad innata en el ser humano. La última, nos atrae más, por el tiempo navideño y porque creemos debía ser permanente, no por regalos mirados o recibidos, sino porque nos encontramos con nosotros mismos, en el ánimo de perpetuar el servicio a los demás.

 El título del artículo ya algo dice, pero empleando la ironía que compara el pasado negativo con un presente positivo, decimos: los chocolates se acaban, la ropa se daña, los juguetes se guardan, lo único perdurable son los conocimientos y valores. Por eso, convido a pensar en el futuro de todos, más de niños y adolescentes, con optimismo talvez ingenuo, pero con la clara intención de brindarles especialmente bienestar emocional.

Trabajar por y para la educación debería ser consigna: oportunidad para todos, evitar la deserción escolar, mendicidad y suicidios, atender a los marginados, evitar los desplazamientos forzados, resolver problemas ya latentes como la delincuencia juvenil, proporcionar trabajo o continuidad de estudios a bachilleres, abrir posibilidades para que con habilidades y destrezas todos encuentren fuentes de ingresos para vivir dignamente.

Pidamos una buena educación para: atacar el consumo de alcohol y drogas, evitar mensajes de medios de comunicación y redes sociales que publicitan violencia, crear programas para eliminar la desintegración familiar, llenar necesidades concomitantes con los nuevos tiempos de tecnología y desarrollo.

Si queremos regalar algo positivo, demos lo que les sirva para el futuro: educación, como aporte natural y no amarga obligación.