Un hito insuperable e inigualable

Alejandro Querejeta Barceló
Alejandro Querejeta Barceló

El autogol no se da solo en una cancha, sino también en la Asamblea Nacional. El de la semana pasada fue espectacular. Quedará en los anales de ese otro poder del Estado como un hito insuperable e inigualable. Desde el correísmo hasta los socialcristianos, pasando por la Izquierda Democrática y Pachakutik, una suerte de estupidez política nubló el cerebro de sus asambleístas y de los titiriteros que deciden todos y cada uno de sus puestas en escena.

En consecuencia, el gobierno tiene intacta, y en vigencia, su Ley para el Desarrollo Económico y sostenibilidad Fiscal. Debe afrontar la “digestión” por el parlamento del mamotreto de los Papeles de Pandora y el espectáculo mediático correspondiente. Esperar con paciencia cómo allí se trate la ley de inversiones, y las ya empolvadas sobre la educación superior y la tristemente célebre ley de comunicación, otro de los bodrios heredados del correísmo.

Los vampiros que se mueven por todos los rincones de la Asamblea Nacional son los mismos de entonces. Son engendros de un populismo variopinto que echa mano a un abanico de discursos demagógicos, bien sean autoritarios o suaves, neoliberal o de izquierda, amenazantes o tecnócratas o con tintes bolivarianos. Los sociales y cristianos o los sociales demócratas son caricaturescos.

El “buque insignia” del presidente Lasso hasta ahora sigue siendo el manejo de la pandemia, la campaña de vacunación masiva, el manejo de las relaciones internacionales y el abultado déficit fiscal. Sin el respaldo de las instituciones internacionales, logrado gracias a un plausible pragmatismo, hoy si estaría el país abocado a una profunda conmoción social.

La coyuntura económica es altamente volátil. Sin embargo, lo preocupante no es eso, sino el necesario diseño de una nueva economía. Los precios del petróleo avanzan y retroceden por día, al igual que otros productos agroexportables nuestros. Ejercer de gobernante responsable en estos contextos internos y externos comporta altos niveles de tensión emocional.

El “bien común” no entra en los discursos parlamentarios; es una antigualla jurídica y académica. A él solo echan mano los constitucionalistas de ocasión. La decencia, en nuestra política, brilla por su ausencia, mientras la sociedad sufre la crisis carcelaria, altos porcentajes de desempleo y subempleo, y desborde de la delincuencia, entre otras tragedias cotidianas. Que Dios nos ampare.

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