Un gobierno de payasos

Alguien deberá tomarse el tiempo,  en un futuro lejano, de contar y analizar el devastador efecto que tuvo en nuestras jóvenes democracias la irrupción de los seguidores  de la escuela norteamericana de “consultoría política”. Estos sabelotodos han fabricado grandes candidatos “mediáticos” que ganan elecciones, pero que resultan ser los peores gobernantes; han logrado seducir al electorado en cada elección, pero a costa de empobrecer su psique y destruir irremediablemente su criterio.

El infantil giro en materia de seguridad del gobierno del presidente Guillermo Lasso —un régimen que ya murió, aunque quizás tarde un poco más en terminar de descomponerse— tras el asesinato de María Belén Bernal muestra cómo hacen política esos “expertos”. Parecen tenerle más miedo a los parlanchines sedientos de atención de Twitter que a la confrontación política sin cuartel o a la guerra contra el narcotráfico en las que ellos mismos —seguramente imitando alguna ”jugada maestra” que aprendieron en “House of Cards” y auxiliados por algún algoritmo de inteligencia artificial de esos que solo ellos toman en serio— decidieron meterse. Por eso, dejan el Estado no en manos de gente competente, sino de vedettes y de animadores

Son tan torpes y asustadizos que creen que en Ecuador la gente también prefiere —como aprenden en Washington D.C. — como presidente a alguien con quien podría tomarse una cerveza. No es así. Aquí no tenemos esa banalidad de los ciudadanos de las democracias; aquí el sistema es tan difícil, y mejorarlo es tan endiabladamente cuesta arriba, que nadie quiere servir a un bobo normalito cualquiera que aceptaría tomarse una cerveza con uno. Desde hace cinco siglos, la gente quiere seguir —y da igual si eso es “caudillismo” o “populismo”— a alguien a quien admira y cuya superioridad reconoce de buena gana; alguien por quien podría morir sin sentir vergüenza ni repugnancia.

No es bueno resignarse a servir a payasos ni ganarse la vida aplaudiendo como foca a gente incompetente. Los adultos se sienten mal consigo mismos al hacerlo y los jóvenes, al ver cómo estos lo hacen, les pierden el respeto. Ya hay que decirlo: Guillermo Lasso y sus geniecillos le vendieron un traje nuevo a un Ecuador que ahora va desnudo.  

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