Ugo Stornaiolo
Ha pasado un año del ataque sorpresivo del grupo terrorista Hamas contra Israel, con muertos y rehenes y un año de la respuesta militar del estado hebreo contra el grupo islámico y los territorios de Gaza y Cisjordania. El objetivo de exterminar a Hamas no se cumplió.
La guerra sigue y se extendió a otra zona: el sur del país, donde otro grupo terrorista, Hezbollah (partido de Dios), al grito de “Alá Akbar” (Alá es grande), atacó con misiles y vulneró el antes inexpugnable “domo de hierro” de la defensa israelí. La respuesta de Israel no tardó. Ataques cibernéticos contra celulares y beepers, que eliminaron cientos de militantes de Hezbollah y decapitaron a su cúpula.
Pero Hezbollah, al que algunos autores llaman “el peor enemigo al que se enfrenta Israel en sus 75 años de existencia”, se rearmó. Y probó la fuerza de sus misiles en territorio hebreo. La decisión del premier israelí, Benjamín Netanyahu, fue un ataque a las zonas donde opera Hezbollah. Los expertos militares sostienen que hay un poderoso arsenal en el subsuelo, bajo túneles construidos por las milicias islámicas.
El terror cunde en Israel, Gaza y Cisjordania y se trasladó al Líbano, donde un débil gobierno no puede controlar a los militantes de Hezbollah, que manejan zonas del país mediterráneo (la otrora prodigiosa Fenicia de la antigüedad). Pese a la antipatía que los grupos terroristas islámicos generan en la población, los ataques llegaron a Beirut, ciudad atormentada por décadas de violencia.
Un ex ministro de defensa israelí, Neftalí Bennet, dijo que su país se enfrentaba a un pulpo: “la cabeza es Irán y los tentáculos son Hamas, Hezbollah y otros, como los hutíes de Yemen”. El enemigo es Irán. El Estado persa mostró un poder que negó: armas nucleares. Expertos militares sostienen que Irán hizo detonar bombas nucleares en el desierto, con el temor a un estallido de impredecibles consecuencias, no solo para Medio Oriente, sino para el mundo.
Existen muchos intereses en juego: EE. UU., con su comunidad judía dividida frente a potenciales gobiernos de Harris o de Trump; Rusia, en cuyos territorios y alrededores existen estados -Chechenia- o países islámicos (Turkmenistán, Tajikistán y otros) que simpatizan con la causa iraní; la Unión Europea que quiere frenar la conflagración -sin éxito, como en Ucrania- y China espera.
Puede ser una guerra de imprevisibles consecuencias, con daños inimaginables, intereses sobrepuestos, traficantes de armas y perros de guerra listos para hacer negocios. Por eso ¿quién para esta guerra?