Turismo invasivo

Escribo estas líneas desde Cartagena de Indias. La bella ciudad amurallada, que imprime su personalidad a través de su arquitectura. Mientras recorro sus plazas y calles me reconecto con otros destinos hispanoamericanos. Hay momentos en que siento que podría estar en San Miguel de Allende, en México, o en la antigua Habana, o en pueblos del sur de España. Lo cierto es que, la identidad latinoamericana se hace presente con los timbales, la vestimenta caribeña, uno que otro acordeón que todavía entona algún vallenato y el aroma del café que invade ciertos rincones. Esos elementos que reafirman que he visitado Colombia. Aunque la mayoría de los puestos de servicio: hoteleros, gastronómicos, de transporte, estén ahora a cargo de venezolanos.

Viajar. Salir de vacaciones siempre es una experiencia mágica. Desde la emoción de empacar una maleta y luego desempacarla en el lugar de destino. De conocer los lugares sugeridos, hasta descubrir otros inexplorados.

Pero, también es cierto que la vivencia turística de destinos como Cartagena ha perdido un poco su esencia. Es inevitable que el crecimiento de la población mundial y la expansión de la clase media en particular amplíe las posibilidades para más personas de viajar y recorrer el mundo. Lo cual resulta beneficioso para el sector turístico, que va implementando nuevas estrategias para complacer a unos y sorprender a otros. El abanico se expande. Pero también se abre la oferta informal.

Y esa experiencia se puede tornar invasiva. Muchos turistas buscamos desconectar de nuestra propia realidad. Queremos disfrutar de ese privilegio de caminar de la mano de la persona amada, de mirar apaciblemente la puesta de sol en una ciudad encantada. Momentos que, en la vorágine laboral, suelen relegarse. Lastimosamente, en plenas vacaciones, esos espacios se ven invadidos por la oferta informal. Ayer, mientras mi esposo me miraba y hablaba al oído (como si fuéramos dos adolescentes), un dúo de raperos sin mascarilla nos cantó una copla ingeniosa que arruinó nuestro momento romántico. Durante 20 minutos de caminata por la ciudad amurallada tuvimos que decir “no, gracias” a no menos de 30 vendedores ambulantes. Fuimos perseguidos por una señora de atuendo caribeño que insistía en que nos saquemos una foto con ella. Cuando finalmente nos sentamos en una plaza, los artistas callejeros usaron nuestra mesa como vitrina de anillos, pulseras, vestidos y pareos.

¿En qué momento el turismo se volvió tan invasivo? Seguramente los años de pandemia lo intensificaron. Hay pobreza, hay hambre, hay necesidad. Hay necesidad de cazar turistas y aprovechar hasta el último recurso que esas personas puedan dejar.