Triunfadores que no asusten

Varios científicos del comportamiento han estudiado el proceso de autodomesticación que la especie humana ha llevado a cabo a lo largo de su historia. Generación tras generación, los homo sapiens nos hemos tornado una especie cada vez más cooperativa y menos violenta. Parte fundamental de este proceso es que las comunidades humanas a largo plazo purgan a sus elementos más violentos y descontrolados; un fenómeno que se ve tanto en la política como en el crimen organizado. Cuando un miembro de la comunidad se muestra desmedidamente agresivo, todos sus pares se juntan para exiliarlo o aniquilarlo. Este proceso de selección elimina los linajes más peligrosos e ingobernables, y moldea genéticamente una especie cada vez más dócil.

Esa autodepuración pacificadora es muy pronunciada en el sistema ecuatoriano, un país cuya política ha sido muy civilizada en contraste con la barbarie de la región y cuya gente ha sido muy efectiva al momento de deshacerse de sus miembros más violentos y erráticos: desde el general Otamendi o Eloy Alfaro hasta los izquierdistas armados de los ochenta. La más reciente víctima de este proceso ha sido el expresidente Rafael Correa. Más allá de las ideas o de las obras, su estilo asustó a la mayoría de los ecuatorianos y activó su aversión natural a los exaltados.

El nuevo régimen tiene que tener mucho cuidado de no cometer el mismo error. El presidente electo Guillermo Lasso no debe caer en la tentación de creer que Ecuador se tornó un país liberal y amante del capitalismo financiero. Los votos de la primera vuelta nos recuerdan que el pueblo ecuatoriano es mayoritariamente colectivista y asistencialista, que espera cobijo y clemencia del Estado. Un frenesí ideológico de parte de los nuevos gobernantes condenaría a su gestión a un temprano fracaso.

Históricamente, las clases pudientes de Ecuador no han sido muy diestras al momento de administrar la natural y humana envidia que despiertan. Ahora, que han vencido, es un buen momento para aprender las virtudes de la discreción y la modestia, no para la arrogancia radicalizada ni el exaltado proselitismo que asustarán a sus compatriotas.

Daniel Márquez Soares
[email protected]