Triste historia

Por: Alfonso Espín Mosquera

En los años cincuenta y sesenta, América Latina vivió un proceso insurgente, con grupos irregulares que con convicción ideológica se lanzaron a la guerrilla en busca de mejores condiciones para sus pueblos. Hay casos como el del Padre Camilo Torres en Colombia, un cura graduado de sociólogo en Europa y capellán de la Universidad Libre de Bogotá, quien tomó las armas en el Ejército de Liberación Nacional (ELN) convencido del ideal socialista.

La filosofía, la música, la poesía y otras artes también tomaron este tinte de protesta; se lanzaron en contra de las injusticias sociales, de la inequidad y pregonaron la necesidad de un reparto más equitativo de las riquezas entre los ciudadanos. Las teorías marxistas y maoístas se pusieron de moda, no había estudiante universitario en el continente que no piense fuera de estos ámbitos.

Varios nombres suenan en la historia de este ideal: Quilapayún, Inti-Illimani, Víctor Jara, Violeta Parra; en fin, artistas que con sus canciones propusieron un cambio en la estructura social y económica de los pueblos.

Eran tiempos de convicción, de lucha, de adoctrinamiento y, con seguridad, quienes se mostraban adeptos a esta posición tenían la mejor intención para el futuro de sus naciones; pero, en el tiempo, estos grupos guerrilleros que habitaban las montañas de los países latinoamericanos se fueron desvirtuando, corrompiendo y terminaron claudicando a los financiamientos del narcotráfico, al punto de convertirse actualmente, si es que existen aún, en grupos narcoterroristas, con lo cual sepultaron los afanes de justicia y reivindicación social.

A lo anterior, en los primeros años del nuevo milenio, se sumaron las hábiles estrategias de los denominados neosocialismos del siglo XXI, que disfrazados de socialistas, enarbolaron gobiernos populistas a lo largo del continente. Usaron las consignas, los personajes históricos y con sus letras y pensamientos nos vendieron la idea de días mejores. Ahí el caso de la Revolución ciudadana, en el Ecuador; o la bolivariana en Venezuela, donde los gobiernos absolutamente populistas y corruptos medraron de la necesidad de sus habitantes y, desde luego, de los perversos gobiernos que les precedieron, para robarse estos intangibles que algún día fueron nobles: los ideales del cambio de estructuras hacia una sociedad más humanamente justa.

Lobos disfrazados de ovejas, a nombre de Alfaro o de Bolívar, engañaron a sus pueblos y en varios casos, cuadraron económicamente a sus progenitores para dos o tres generaciones venideras.

Hoy vivimos tiempos desastrosos en medio de la inseguridad y violencia abrumadoras, donde los índices de corrupción cada vez son más altos, con la siempre pretensión de vendernos la idea de que la administración estatal es la peor, tal vez para colocar en manos privadas servicios que nunca deberían dejar el ámbito público.

Las acciones del gobierno actual, que no termina de acertar en las políticas urgentes en beneficio de las mayorías, definitivamente están reactivando peligrosamente las nefastas posiciones populistas anteriores, cuyos seguidores se contentan ya de su posible vuelta al poder, mientras tanto el pueblo, vive las peores condiciones económico sociales, sin opción a ningún amparo.