Traidores a nosotros mismos

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Carlos Freile

Escenario de la tragicomedia: un país devastado por años de un gobierno populista guiado por el narcisismo de uno, la ambición de otros y a incompetencia de otros más; a esa herencia, de la cual decían los expertos tardaríamos unos diez años en librarnos, se unen desastres naturales, terremotos y lluvias torrenciales; a ello se suma la delincuencia organizada, parte de la mencionada herencia…. Esta es la parte trágica.   A cualquier escolar ecuatoriano con dos dedos de frente se le ocurriría que en tales circunstancias todos sus compatriotas pondrían el hombro, dejarían de lado sus legítimas diferencias políticas e ideológicas para enfrentar la crisis en bien no solo de los damnificados sino de todos los desposeídos. Pero no, los politiqueros siguen con sus costumbres, aferrados a sus proyectos personalistas o de sus partidos. Y aquí entra la parte cómica: lo hacen con jugadas rocambolescas, usan lenguaje circense de aldea, emplean argumentos que provocan risas estentóreas.

Así somos los ecuatorianos, ¿así somos? Si repasamos nuestra historia nos encontramos con líderes dispuestos a todos con tal de salvar al Ecuador de sus enemigos internos y externos, fueron capaces de renunciar a inveterados odios políticos para aliarse con viejos y enconados rivales y salvar la unidad y el destino de una patria libre y soberana.

Hoy en día  la mayoría se ha transformado en plebeya imitación de ese rey que planificaba el diluvio para después de sus días de goce y dominio. Hemos llegado al nivel más bajo de la felonía: nos hemos traicionado a nosotros mismos, nos negamos el futuro y la esperanza.

No hay conducta más despreciable que la traición, ¿qué decir de la traición a uno mismo, a los hijos, a los nietos? Un pueblo de esta calaña no merece sobrevivir. Ya no será el Pichincha, como canta una estrofa de nuestro Himno Nacional, tampoco será el Cotopaxi, nosotros mismos hundiremos a la patria pero no para lograr que “el tirano huelle solo cenizas” sino al contrario, para entregarle un desierto como botín y una caterva de hambrientos como esclavos.