Pensaba que ya nos habíamos acostumbrado a la vida en pantalla, a que desde los diferentes espacios de autoridad, quienes la ejercen, ya habían comprendido que la forma de trabajo remota es una de las oportunidades para potenciar otros elementos institucionales.
Pero no. Con cada vuelta a la normalidad, toda institución quiere que sus ‘colaboradores`, palabra tan vacía y falsa, pues son empleados que deben acatar sí o sí lo que disponen los jefes, vuelvan lo más rápido y se queden trabajando como si tuvieran que reponer el tiempo a causa de un capricho personal.
El teletrabajo no debe ser una sanción sanitaria sino una opción permanente para quienes deben cuidar más de su entorno familiar; y así deberían comprender los directivos de talento humano, pues para qué poner en riesgo a una madre o a un padre que deben viajar mínimo una hora entre su domicilio y su lugar de trabajo en un transporte público que no presenta las condiciones adecuadas.
Hay quienes viven más lejos y deben hacer trasbordos y sus viajes son más largos y existe más probabilidad de exponerse al virus. Pero a la institución le importa que ese ‘colaborador’ esté presente a la hora en punto en su sitio de trabajo, y si se contagia y llega con el virus a la oficina, a la fábrica, al colegio o al negocio, es culpa suya por no tomar las medidas de precaución.
No todo es producto de los feriados. También forma parte la poca o nula previsión de quienes configuran los equipos que trabajarán. En algunos casos, hay quienes disponen de espacios amplios y aireados en sus lugares de trabajo y tienen forma de movilización propia; ellos pueden hacer el trabajo presencial, más aún si es su opción y en su casa hay comodidades para que su familia cumpla de manera eficaz con estudios y trabajo desde el propio domicilio.
Pero no todos tenemos la misma suerte. Por ello, no solo el plan de vacunación debería ser más radical, sino también la planificación de asistencia a los trabajos: un analista puede hacerlo desde su casa y conectarse con su par por Internet; un cura puede escuchar la confesión por Zoom, pero un bombero no puede hacer una supervisión en un edificio por vía remota.
La vida híbrida y de pantallas compartidas deben ser formas de trabajo instituidas por ley, tanto para públicos como para privados. Esa debería ser una regulación que toda institución debería tener de manera obligatoria y disponer que por lo menos el 50% de su personal pueda optar por esta forma de trabajo, y así ser más eficientes en objetivos y no ser como guardias sancionadores.