Todos tenemos valores

El temor o la vergüenza de hacer el ridículo muchas veces afectan nuestras relaciones de amistad. En ocasiones somos demasiado sensibles, no soportamos las bromas ni la forma de cómo se puede llevar una conversación; otras veces exigimos demasiado respeto y hacemos alarde de mucha seriedad, lo que al final termina afectando la capacidad de relación con los demás.

Es cierto que no todo debe tomarse en serio; hay momentos para reír, hacer bromas o simplemente para sonreír ante alguna ocurrencia. Hay hechos de la vida diaria que por su contenido inducen a una carcajada. Una persona madura, fuerte y con criterio está muy por encima de lo que piensen o digan los demás sobre su manera de actuar; por lo general, las personas íntegras gozan del respeto de los demás y no responden ni se inmutan ante las palabras o actos ofensivos de alguien.

Una persona ecuánime, fuerte y dotada de buen equilibrio emocional no se enfada ante un desaire o provocación, tampoco teme enfrentar a algún adversario ni busca hacerle daño o mofarse de alguien por sus actuaciones; por el contrario, es un ejemplo para todos los demás y merece respeto. Gente sin principios ni capacidad para pensar o razonar es presa fácil de la burla, por lo que con cierta frecuencia encontrará gente que no lo respete.

La mejor filosofía personal es la que sostiene que todos tenemos el mismo valor, independientemente de la profesión, cargo, sueldo, imagen o habilidades que se posean; lo importante es la capacidad de relacionarse, hacer amistades, hablar con la verdad, no ser déspota ni grosero y estar atento para hacer amistades o simplemente no hacerlo. La vergüenza o el miedo de hacer el ridículo es generado por las mismas personas. Es una creencia irracional pensar que se requiere de la aprobación de los demás para desarrollar nuestra personalidad.

Es recomendable rodearse de buenos amigos, que sepan apreciar a las personas como son, con sus defectos y virtudes. Amigos que, sin lugar a duda, no pasan del número de los dedos de la mano. A los verdaderos amigos hay que cuidarlos, llamarlos, compartir alegrías y tristezas; la opinión de los supuestos amigos no tiene por qué importarnos.